Los leñadores

Los leñadores from Ona Daurada on Vimeo.

Creo recordar que esta es una historia verdadera que sucedió en Canadá, tie­ne que ver con el torneo anual de leñadores que en algunos remotos pueblos de ese país aún persiste. Son lugares donde ser el mejor leñador del año es un gran reconocimiento público y es un orgullo alcanzar ese título.

Parece ser que hace algunos años, llegaron a la gran final del torneo anual los dos leñadores más dotados y eficaces de las últimas décadas. Cualquiera de ellos en cualquier otro año, hubiera sido un ganador sin oposición, sin embargo ambos tuvieron la mala fortuna de competir el mismo año.

La gran final se celebraba en el bosque cercano a la localidad, y siendo una fiesta de todos la vida en el pueblo quedaba paralizada por el evento. Los poderes fácticos del pueblo, el alcalde, el juez de paz, la doctora, etc. Eran el jurado que daría fe de la victoria de uno de los dos.

Bien temprano por la mañana, el alcalde presentó a ambos participantes y disparando una salva al cielo dio por empezada la final.

Los dos leñadores pusieron la carne en el asador desde el principio y aserraron con todas sus fuerzas. Cada cierto tiempo, uno de ellos solía echar un vistazo de reojo al rendimiento del otro y descubría a su contrincante sentado cada cierto tiem­po. Cuando lo veía así, se decía para sus adentros -¡Vamos, vamos, el torneo es tuyo! ¡No desfallezcas, apúrate!

Pasaban las horas y cada vez su confianza era mayor -no cabe duda que venceré, puedo aguantar sin parar hasta el final!-.

Así siguieron hasta que entrando la noche, bajo el tenue fulgor de las luces de la gente allí congre­gada, el alcalde anunció el fin del torneo con una nueva salva.

Pasaron al recuento y empezaron con el leñador que no había desfalleci­do ni un solo momento, contaron y contaron, uno, dos… veintiséis, veintisie­te… y… ¡veintiocho! El público rompió en aplausos pues se había batido el récord anterior, ¡nadie había logrado tanto! Después contaron los árboles derribados por el otro leñador… veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho y… ¡veintinueve!

El público saltó de júbilo, se había batido el récord otra vez, era una circunstancia histórica y ellos habían tenido la oportunidad de verlo, sin embargo el primer leñador mostraba su enfado y gritaba -¡Aquí ha habido trampa! ¡No puede ser! Yo no descansé y trabajé con tanto ahínco que nadie hubiera podido superarme y menos él que descansó de tanto en cuando!-.

El ganador se acercó a él, se enjugó la cara de sudor y le dijo:

-Yo no estaba descansando, amigo, estaba afilando la sierra.

¡¡Ante la urgencia, detenerse!!

Adaptado como versión libre por Víctor Amat

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