“La humanidad se halla a mitad de camino entre los dioses y las bestias”
Plotino
¡Los dioses son inmortales y lo saben!
¡Los animales no son inmortales y no lo saben!
¡Los humanos no somos inmortales y lo sabemos!
Y ahí empieza nuestro drama vital, una parte de nosotros nos eleva, nos lleva a transcender, a acercarnos a los dioses, genera en nosotros un fuerte impulso de inmortalidad, de ser eternos y aún más nos lleva a sentir y creer que realmente lo somos.
Es esa parte que hemos llamado conciencia, la conciencia de nosotros mismos y de saber que sabemos. La otra parte es el saber que somos materia, organismos vivos y como tales morimos. Vemos morir y sabemos que moriremos, aunque vivamos como si eso no fuera a ocurrir nunca. Y además, no conocemos a nadie que haya vuelto del más allá.
Sin embargo hay algo innegable, la idea de la inmortalidad es un anhelo consustancial a los seres humanos, aunque responda más bien a un deseo o acto de fe que a un argumento racional.
La eterna búsqueda
Desde tiempos inmemoriales los humanos han buscado respuestas y constatación de la existencia de un mundo espiritual o de espíritus, de un más allá.
Siempre han existidos brujos, chamanes o médium que establecen un puente entre estos dos mundos. Por otra parte la creencia en la reencarnación es algo inherente a muchas culturas.
En nuestra cultura occidental los filósofos y los científicos, en su gran mayoría, suelen considerar la inmortalidad como una respuesta a la angustia o el miedo que produce la conciencia de la muerte.
Estudios sobre la Conciencia
En la última década los estudios sobre la conciencia han alcanzado una relevancia importante, son numerosos y muy alentadores.
Una investigación reciente llevada a cabo por psicólogos de la Universidad de Boston ha aportado un resultado tan sorprendente como que “la idea de alma como un ente eterno que vive al margen del cuerpo, es innata a las personas”.
El equipo de investigadores, dirigidos por las psicólogas N. Emmons y D. Kelemen, realizó diversos grupos de discusión, que completaron con entrevistas personales e interpretación de dibujos, con varios grupos de niños, divididos por edades (desde los 5 a los 12 años) y entorno social (campo y ciudad), llegando a los siguientes resultados:
- La inmortalidad es una creencia profundamente arraigada desde los primeros años de la infancia.
- Esta creencia es independiente de la educación y del entorno en el que se desarrollan los niños.
- La mayoría de los participantes eran propensos a pensar que existieron antes de haber sido concebidos. Una existencia que no sería tanto material, si no espiritual, pues llegan a la conclusión de que durante esa etapa “pre-vida” tendrían emociones y sentimientos pero no capacidades físicas, como ver, escuchar o hablar.
- La creencia universal de que el alma existe antes de que se produzca la concepción va disminuyendo a medida que los niños se desarrollan. Esta idea prevalecía en casi el 90% de los participantes con 5 o 6 años, disminuyendo hasta el 70% en el grupo de edad de 11 y 12 años. Por tanto la idea de la reencarnación es un pensamiento intuitivo pero se va perdiendo a medida que aumenta el raciocinio.
- Entre los participantes había niños de tribus amazónicas y sorprendentemente sus pensamientos eran bastante similares a los niños de ciudad. En algunas cuestiones, estos últimos incluso tenían concepciones más espirituales que los indígenas.
De este estudio se deriva
- Existe una especie de “patrón cognitivo universal” alrededor del concepto de inmortalidad, aunque este se va alterando a medida que los niños van creciendo.
- La idea del alma es innata a la persona aunque pierda peso con la edad y la influencia del entorno.
- Las enseñanzas culturales o religiosas no motivaron los patrones de respuesta, lo cual pone en entredicho la influencia de los factores culturales y religiosos a la hora de concebir la vida eterna, pues todos los seres humanos nacerían con las mismas creencias sobre la “pre-vida”.
Conclusiones que plantean los autores del estudio
- Es posible estudiar las creencias religiosas si se sigue la metodología utilizada en esta investigación.
- Las raíces de las religiones y creencias espirituales pudieron ser la codificación de estas creencias innatas al ser humano.
- O bien, contrariamente a lo que la mayoría de científicos defiende, el alma no es un producto del cerebro, sino que está al margen del cuerpo físico, pues existiría antes de la concepción y después de la muerte.
En Ona Daurada creemos esta segunda opción, aunque sabemos que es una cuestión personal e intransferible y que cada cuál puede vivir creyendo o no en aquello que elija. Acabamos recordando aquella frase:
“Creo porque he decidido creer”
Imagen: Daria Petrilli en Blog
Mamen Lucas
Ona Daurada