Aprender a cabalgar sobre el viento

Aprender a cabalgar sobre el viento from Ona Daurada on Vimeo.

El joven Yin Sheng había oído decir que Liezi había penetrado los miste­rios del Tao y podía cabalgar en el viento. Deseoso de averiguar el secreto del viejo maestro, consiguió ser admitido entre el reducido número de sus discípulos.

Pero varios meses después seguía sin recibir en­señanza alguna. El maestro Lie no le había dirigido la palabra ni una sola vez, ni si­quiera le había agraciado con una mirada.

Entonces, un día, el discípulo abordó al sabio y le mendigó una palabra de verdad, una palabra que le pusiera en la Vía. Liezi no le respondió nada y siguió su camino.

Al día siguiente, Yin Sheng fue a des­pedirse con un mohín de disgusto. El maestro Lie le dejó marchar sin decir nada.

El discípulo regresó varias semanas des­pués.

-¿Qué significan todas estas idas y venidas? -preguntó Liezi.

-Estaba irritado contigo, Maestro, pues no me has dado la más mínima en­señanza aunque hace varios meses que estoy en tu escuela. Pero he reflexionado: te pido humildemente perdón y te ruego que me ilumines sobre tu conducta.

-Eso está mejor -prosiguió el sabio-. Siéntate y escucha cómo me enseñó mi Maestro a mí. Transcurrieron tres años de completo silencio, durante los cuales mi boca no osó pronunciar una sola palabra, hasta que mi Maestro se dignó echarme una mirada. Entonces empecé a hablar, teniendo buen cuidado de no emitir ningún juicio sobre las cosas y los seres. Después, al cabo de cinco años, mi Maestro me dirigió una sonrisa. Desde ese día, fui perdiendo poco a poco la cos­tumbre de juzgar mentalmente, ya no sabía distinguir entre el bien y el mal, la belleza y la fealdad, la afirmación y la negación. Y al cabo de siete años, mi Maestro finalmente me invitó a sentar­me sobre su estera para hacerle una pre­gunta. No me respondió más que con un gesto. Meditando ese gesto acabé siendo incapaz de percibir la diferencia entre lo interior y lo exterior. Luego, al cabo de nueve años, mi Maestro me dirigió una palabra. En ese preciso instante, mi espí­ritu se quedó paralizado y tuve la im­presión de que mi cuerpo se disolvía, de que mi carne y mis huesos se licuaban. Y fui arrebatado por un soplo de aire, como una hoja caída del árbol, como una brizna de paja.

Y Liezi estalló de repente en una ri­sotada atronadora.

-¡Y tú, que ni siquiera has pasado un año junto a tu Maestro, ya desearías ca­balgar en el viento! Tu cuerpo está de­masiado lleno de deseos, tu espíritu, de impaciencia, ¿cómo podrías moverte en el Vacío?

Cuento de los sabios taoístas de Pascal Fauliot

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