Todo sistema completo, bien se trate de una máquina, un ordenador o un ser humano, ha de ser congruente. Sus distintas piezas han de colaborar a un mismo fin; cada acción debe ayudar a las demás acciones para que todo funcione.
Ocurre lo mismo con los seres humanos. Podemos aprender a “producir” los comportamientos eficaces, pero si éstos no aportan nada a nuestras necesidades y a nuestros deseos más profundos, si estos comportamientos obstaculizan otras cosas también importantes para nosotros, nos veremos en un conflicto interno y nos faltarán la congruencia o coherencias necesarias par el éxito pleno.
Para cambiar de verdad, avanzar y prosperar hemos de ser conscientes de las normas que nos aplicamos a nosotros mismos y a los demás. De lo contrario, aunque poseyéramos todas las cosas del mundo seguiríamos sintiéndonos como si no tuviéramos nada. Tal es el valor de ese elemento crítico y definitivo al que llamamos valores.
¿Qué son los valores?
Sencillamente las creencias particulares, personales, individuales, que sustentamos en relación con lo que le parece importante. La sensación de congruencia, armonía y unidad personal con uno mismo deriva del sentimiento de estar realizando nuestros valores a través de nuestro comportamiento real. Rigen todo nuestro estilo de vida. Determinan como reaccionaremos ante cualquier experiencia vital dada.
Los valores dan forma a lo que es importante para nosotros y están apoyados en las creencias. Los adquirimos de nuestras experiencias y de nuestra relación con la familia y los amigos. Los valores se relacionan con nuestra identidad; son los principios fundamentalmente según lo que vivimos. Constituyen la razón por la cual nos movemos hacia algo.
Jerarquía de valores
Es muy importante descubrir cuáles son nuestros valores, ya que reflejan nuestra estructura del mundo y a que damos prioridad en la vida. La dificultad estriba en que para la mayoría de las personas, dichos valores son en gran parte inconscientes. A menudo no sabemos por qué hacemos ciertas cosas; simplemente, nos sentimos impelidos a hacerlas. Muchos de los conflictos que tenemos en la vida son conflictos de valores.
Todos tenemos un valor supremo, lo que más deseamos en cualquier situación. Puede ser la libertad, el amor, el respeto, la seguridad,…
¿Cómo descubrir cuál es mi jerarquía de valores? En primer lugar hay que colocar un marco alrededor de los valores que se buscan; es decir, situarlos en un contexto concreto (por ejemplo, mis relaciones). Hay que preguntarse:
“Para mí ¿qué es lo más importante en una relación?
Quizás dirías: “Sentirme respaldado”.
Luego te preguntas: “¿Por qué es importante sentirme respaldado?”.
Una posible respuesta puede ser: “Demuestra que hay alguien que me quiere”.
Y entonces sigues preguntándote: “¿Qué es lo que más me importa al sentirme querido por alguien?”.
Y la contestación: “La alegría que me produce”.
Mediante la repetición de la pregunta” ¿Qué es lo más importante?”, empezaras a definir la lista de valores.
Para entender luego con claridad cuál es la jerarquía de los mismos, basta con tomar la lista y compararlos entre sí.
Pregúntate:
“Que es más importante para mi, ¿sentirse respaldado o sentir alegría?… y así sucesivamente.
Para conocer los valores fundamentales de otra persona, además del ejercicio de preguntas que hemos visto, hay una técnica muy sencilla pero muy valiosa que consiste en escuchar con atención el tipo de lenguaje que utilizan nuestros interlocutores. A través de las palabras que emplean con más frecuencia, las personas suelen revelar cuales son sus valores prioritarios.
Descubrir los valores de los demás es cuestión, sencillamente, de averiguar lo que juzgan más importante. Sabiendo eso, conoceremos mejor no sólo las necesidades de ellos sino también las nuestras propias.
“No puedes dar en el blanco si no sabes cuál es”
Fuente: Anthony Robbins
Imagen: Alejandro Costas
Núria Batlle
Ona Daurada