Creo que este texto de Yehudi Menuhin, hallado entre los documentos de sus últimas voluntades, es la más bella plegaria, la más hermosa y completa oración que nunca he visto, me gustaría alcanzar la suficiente sabiduría para hablar con Dios de forma tan especifica, humilde y confiada.
A Ti, a Quien no conozco ni puedo conocer, ni en mi interior ni fuera de mí, y a Quien estoy unido por el amor, el temor y la fe, al Único en todas sus representaciones, dirijo esta oración:
Guíame hacia lo mejor de mí mismo, ayúdame a convertirme en alguien en quién confíen los seres vivientes, criaturas y plantas, así como el aire, el agua, la tierra y la luz que los sustentan; mantenme como alguien que respeta el misterio y el carácter de cada variedad de vida en toda su unicidad y solidez, ambas esenciales para la supervivencia de cualquier vida.
Ayúdame a preservar mi capacidad para maravillarme, extasiarme y descubrir; permite despertar en mí el sentido de la belleza en cualquier lugar, y a contribuir con y para otros y para conmigo mismo en el conjunto de la belleza que observamos, oímos, olemos, probamos o tocamos o que de algún modo concebimos a través de la mente y el espíritu; ayúdame a no perder nunca el vivificante ejercicio de proteger a todo aquél que respire, pase hambre, tenga sed; a todo aquél que sufra.
Ayúdame a permanecer acorde con los valores relativos, a equilibrar pacientemente el paso del tiempo con la rica cosecha de fidelidades, experiencia, éxito, ayuda e inspiración.
Ayúdame a ser un buen guardián del cuerpo que Tú me has dado. Que esta vida confiada a “mi” temporal resguardo, vuelva al círculo terrenal en la mejor condición posible para que la vida continúe. Así pues, Tu deseo se hará.
Que aquellos que me sobrevivan no lloren mi muerte sino que continúen siendo igual de serviciales, amables y sabios con los demás, igual que fueron conmigo. Aunque me encantaría vivir muchos años disfrutando de los frutos de mi afortunada y rica vida, con mi preciada mujer, familia, música, amigos, literatura y numerosos proyectos, en este mundo de culturas y gentes tan diversas he recibido ya la bendición, afecto y protección suficiente para satisfacer miles de vidas.
Y finalmente, mientras Te suplico que me protejas de la ira y la condena, la mía de los demás y la de los demás de mí, ilumínalos a ellos y a mí y ayúdanos a perdonarnos el uno al otro.
También con aquellos enemigos que posiblemente tenga, ayúdame a distinguir entre los reconciliables y los irreconciliables, dame ánimos para buscar por todos los medios el entendimiento con los primeros, y hacer a los segundos ineficaces y a aprender de los dos.
Dame la inspiración que has dado a la humanidad y anímame a reverenciar y a seguir estos ejemplos vivos que consagran tu espíritu, el espíritu que hay en el interior y fuera de cada uno de nosotros, el espíritu de Aquél y de Aquellos, la iluminación de Cristo, de Buda, de Lao-Tsu y de los profetas, sabios, filósofos, poetas, escritores, pintores, escultores, todos los creadores y artistas, y toda la gente desinteresada, los santos y las madres, conocidos y desconocidos, los exaltados y los humildes – hombres, mujeres, niños de todos los tiempos y lugares – cuyo espíritu y ejemplo permanecen con nosotros y dentro de nosotros para siempre.
Texto Original en: “Unfinished Journey” (Viaje Inacabado) de Yehudi Menuhin. Traducción de Andrea Rodís y Catalina Rivada
Yehudi Menuhin (Nueva York, 1916 – Berlín, 1999)
Violinista y director de orquesta norteamericano. Hijo de judíos emigrados de Rusia, Yehudi se reveló muy pronto como un prodigioso violinista. A los cinco años daba su primer concierto público en la ciudad de San Francisco. Ya desde los siete años se le conocía por «maravilla del violín» y «el Einstein del violín». Hizo su presentación en París con 10 años, en Nueva York con once y en Berlín con trece.
Imagen: Toshio Ebine
Mamen Lucas
Ona Daurada