Antídoto

Antídoto from Ona Daurada on Vimeo.

La suegra y su nuera vivían bajo el mismo techo. Desde el principio, las dos mujeres no podían soportarse. Con el tiempo, acabaron por detestarse. La vieja, de carácter muy desabrido, hacía uso de sus prerrogativas de anciana y ti­ranizaba a su hija política. La espiaba sin cesar, acechando la más mínima ocasión para hacerle reproches: la limpieza esta­ba mal hecha, la sopa no lo bastante ca­liente, el arroz demasiado cocido, iba maquillada como una prostituta, ¡de todo le decía!

El marido, cobarde como la ma­yoría de los hombres en esta situación, se cuidaba mucho de tomar partido.

La vida de la joven se había vuelto intolerable y sentía un odio sin límites por su verdugo de suegra. Decidió ha­cerla desaparecer con discreción, recu­rriendo a la magia o al veneno. Una de sus amigas de la infancia, en quien tenía plena confianza, le aconsejó que fuera a consultar a una anciana muy sabia en materia de plantas medicinales, drogas y sortilegios. Vivía en una cabaña, a las afueras del pueblo, en el fondo de un estrecho valle.

La solitaria llevaba un vestido de paja.

Una abundante mele­na plateada escondía la mayor parte de su rostro. Sin manifestar la menor emo­ción, escuchó la siniestra demanda.

Ce­rró los ojos largo tiempo y por fin con­testó:

-En materia de veneno, hay que ser prudente, no precipitar en absoluto las cosas. Conviene emplear pequeñas dosis para no dejar huellas, no atraer las sospe­chas. Voy a darte una mezcla de hierbas tóxicas que actúan muy lentamente. Para activar su efecto, deberás dar masajes a tu suegra dos veces al día. Pero, para que acepte ese tratamiento, primero echarás diez gotas de esta preparación en su comida. Estará enferma unos días. Cuando el médico del pueblo la haya auscultado sin encontrar remedio algu­no, manda a buscarme. Entonces daré mi prescripción.

La chamana le entregó un frasco y le reclamó una considerable suma de dine­ro a cambio de sus servicios.

El plan se desarrolló como estaba previsto. La anciana de la montaña fue llamada junto a la cabecera de la suegra. Prescribió una tisana y masajes dos veces al día durante un mes. Enseñó a la nuera cómo darlos.

Por la virtud de los masajes cotidia­nos, la suegra se distendió, y su carácter mejoró. Las dos mujeres se acercaron, sus energías se armonizaron.

Al cabo de quin­ce días, se habían vuelto como madre e hija, unidas por un verdadero afecto. A la nuera le asaltaron los remordimientos. El veneno administrado desde hacía dos se­manas tal vez hubiera obrado ya de for­ma irreversible. Corrió hasta la cabaña de la maga para pedirle un antídoto.

La anciana levantó la maraña de su cabellera con los peines de sus dedos, mostrando así un rostro iluminado por una magnífica sonrisa.

-No te preocupes, hija mía, la tisana es inofensiva. Incluso es beneficiosa. Todo se ha desarrollado tal como yo lo había previsto.

La práctica del Tao nos enseña a transformar lo negativo en positivo.

Fue como una revelación para la jo­ven. A partir de ese día volvió a visitar con frecuencia a la anciana de la monta­ña para seguir sus pasos por los sende­ros de la sabiduría. Luego la sucedió como médico de los cuerpos y de las almas.

 Pascal Fauliot

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