La fábula del leñador from Ona Daurada on Vimeo.
Un anciano leñador regresaba del bosque cargando un enorme y pesado hato de leña sobre la cabeza. Era muy viejo y estaba cansado, no sólo cansado a causa del trabajo de aquel día, sino cansado de la propia vida.
La existencia no significaba gran cosa para él, sólo un ciclo muy cansado que se prolongaba de un día a otro: dirigirse al bosque de madrugada, pasarse la jornada cortando leña, y luego cargar con ella al anochecer de regreso a la aldea.
No recordaba haber hecho nada más, sólo eso. Y así había sido toda su vida. Estaba aburrido. La vida no tenía sentido para él; no significaba nada.
Además, precisamente ese día se sentía muy cansado y sudoroso. Sentía dificultad para respirar al tener que cargar con la leña y consigo mismo.
De repente, como un acto simbólico, tiró la leña al suelo. Cayó al suelo de rodillas, elevó la mirada al cielo y dijo:
– ¡Oh, muerte! Le llegas a todo el mundo, pero a mí no. ¿Por cuántos sufrimientos más deberé pasar? ¿Cuántas cargas me quedan por llevar? ¿Es que no es ya suficiente castigo? ¿En qué me he equivocado?
No pudo dar crédito a sus ojos: ¡de repente apareció la muerte!
El leñador no se lo podía creer, y miró a su alrededor, anonadado. ¡Dijese lo que dijese, no lo había dicho en serio! Nunca había oído nada igual, que la muerte apareciese al llamarla.
Y la muerte dijo:
-¿Me has llamado?
El viejo olvidó todos sus males, su cansancio y toda su vida de aburrida rutina. Se puso en pie de un brinco y dijo:
-Sí, sí. Te he llamado. Por favor, ¿podrías ayudarme a cargar de nuevo el hato de leña sobre la cabeza? Como no había nadie más, te llamé a ti.
Estar cansado de vivir no significa que en lo más profundo de uno haya desaparecido el anhelo de vivir. Puedes estar harto de un tipo de vida en particular, pero no de la vida en sí misma.