Según la Filosofía Perenne la realidad es ilusión, el mayor error que cometemos al no percibir este “maya” es el percibirnos a nosotros mismos desligado de nuestro entorno.
Podemos compararlo con lo que ocurre en los sueños, todos los personajes en el sueño son maya, son construcciones de la conciencia.
Por ejemplo podemos soñar que miramos una flor y la hacemos florecer. En un sueño esto es perfectamente normal, no nos preguntamos porque floreció la flor de acuerdo con nuestra fantasía, no hace falta que haya psicoenergias ni interacción alguna entre la flor y nosotros para explicar la causa efecto.
Desde que nacemos se nos enseña que todos tenemos las mismas percepciones. Lo que una persona percibe como un árbol o una montaña, otra persona debe percibirlo como un árbol o una montaña. Si no hay acuerdo en esto, estamos condicionados a sospechar que hay algún error.
La razón por la que sentimos así se debe a que creemos que hay un universo físico “ahí fuera”.
Un ciego cuando se topa con un objeto, lo puede sentir como una pared, una columna, una serpiente o un elefante, pero nuestra mente sólo puede percibir el objeto como si fuera una sola cosa, por ejemplo, un elefante. Nunca se nos pasa por la cabeza que un objeto pueda ser simultáneamente una pared, una columna, una serpiente o un elefante.
¿Por qué tenemos esta necesidad de que todos percibamos lo mismo?
Simplemente porque nos hemos enseñado a nosotros mismos a estar de acuerdo.
Cuando somos niños, nuestro mundo es casi-alucinatorio, a medida que crecemos aprendemos a ignorar ciertos aspectos de nuestra realidad que son considerados como alucinaciones por los adultos que nos rodean.
No es seguro que la percepción sea algo innato o genético. El niño aprende a ver formas geométricas, a percibir en tres dimensiones, a establecer relaciones entre los objetos etc. La capacidad de percibir puede ser innata, pero esta claro que aprendemos a “qué” percibir.
La mente humana no percibe lo que esta “ahí”, sino lo que cree que debería estar ahí.
Somos capaces de ver porque la retina absorbe la luz del mundo exterior y manda las señales al cerebro. Lo mismo ocurre con todos nuestros órganos receptores.
Sin embargo la retina no ve el color, es “ciega” para el color es decir es ciega para la calidad del estimulo y solo responde a su cantidad.
Esto no debe sorprendernos, porque en efecto:
“Ahí fuera” no hay ni luz ni color,
solamente hay ondas electromagnéticas con distinta longitud de onda.
“Ahí fuera” no hay sonido ni música,
solamente hay variaciones periódicas de la presión del aire.
“Ahí fuera” no hay ni calor ni frío,
solamente hay moléculas que se mueven con mayor o menor energía cinética
,y así sucesivamente.
Por ultimo con toda certeza “ahí fuera” no hay dolor.
¿Qué hace nuestro cerebro?
Ya que la naturaleza física del estimulo- su calidad- no se codifica en actividad nerviosa, la cuestión fundamental es como nuestro cerebro evoca la tremenda variedad de este mundo colorista.
El cerebro percibe lo que quiere percibir, o dicho de otra manera nosotros somos los creadores de nuestra realidad.
No nacemos al mundo, nacemos a algo que convertimos en el mundo, el entorno tal como lo percibimos es invención nuestra.
No tenemos evidencia de que exista un ahí fuera.
Los físicos esperando encontrar electrones han encontrado que la conciencia encuentra lo que quiere encontrar.
Nuestros sentidos no están separados de lo que esta “ahí fuera”, sino implicado en un proceso de realimentación muy complejo, cuyo resultado final es crear lo que está “ahí fuera”.
Pero nuestras mentes están interconectadas y lo que esta red que creamos cree que es cierto, o bien es cierto o resulta cierto dentro de ciertos límites empírica y experimentalmente verificable.
No observamos el mundo físico, sino que participamos con el.
Imagen: Charlie Davoli
Mamen Lucas
Ona Daurada