Plantar una emoción

Una emoción es un conglomerado preciso de experiencias: su sensación consciente, sus respuestas fisiológicas, los gestos que usamos para comunicarla y los acontecimientos que la disparan.

Una vez vislumbrada la mezcla de expresiones que acompaña a una emoción, la siguiente pregunta es la que ya se hizo el gran psicólogo estadounidense William James hace unos ciento cincuenta años: ¿qué viene primero, la sensación o los cambios fisiológicos? Uno siente que primero se experimenta la emoción –el enojo, la alegría o la tristeza- y luego se expresa. De la misma manera que primero formulamos una idea y solo entonces podemos comunicarla. Pero no es así. El cerebro lee estados corporales para descubrir o construir las emociones que experimentamos. Nos reímos, ergo estamos felices; si apretamos los dientes, será porque estamos enfadados. Así como uno reconoce por los gestos corporales las emociones de los demás, el cerebro también utiliza el cuerpo para inferir las propias.

Experimento de Fritz y Sabine

Estos psicólogos alemanes realizaron el 1988 un célebre experimento. Los participantes ven una serie de historietas y evalúan cuán  graciosas les parecen. Algunos lo hacen mientras sostienen un lápiz entre los labios y, otros, entre los dientes. Esta sutil diferencia cambia por completo la configuración de los músculos de la cara, de manera que cuando el lápiz está entre los dientes se asemeja a la que producimos durante una sonrisa. En cambio, al sostenerlo en los labios producimos un gesto reminiscente del enojo. Los resultados de Strack y Stepper muestran que las imágenes se consideran más graciosas cuando las juzgan quienes sostienen el lápiz con una mueca similar a una sonrisa. El mundo se ve más divertido a través de un filtro muscular que ensancha la boca para fundir la experiencia con un esbozo de sonrisa.

El experimento de Strack ha tenido miles de continuaciones en el mundo académico. Las psicólogas Tara Kraft y Sara Pressman mostraron que mimetizar una risa no solo produce una sensación de alegría o nos hace ver las cosas más graciosas; también mejora la respuesta fisiológica a l estrés. Es decir que, en cierta manera, cura.

En este recorrido también encontramos un límite intrínseco de esta forma de regulación emocional: la felicidad inducida por una sonrisa impostada es efímera. La posibilidad más simple es utilizarla solo cuando no necesitamos que el efecto sea duradero. Una segunda posibilidad, más desafiante, es pensar cómo pueden inducirse estados emocionales que persistan en el tiempo.

La solución surge de una versión del experimento de Stack. Es difícil encender la chispa de la risa, pero, una vez que se consigue, el fuego se propaga. El mismo chiste tiene efectos muy distintos si se cuenta antes o después qe se produzca ese punto de inflexión. ¿Por qué cambia tanto nuestra percepción? La respuesta es el contagio: el bucle ya no es entre el cerebro y el cuerpo de una persona, sino de un grupo.

El experimento de Strack nos permite elaborar una receta sencilla pero efectiva para la vida cotidiana:

Tratemos de estar rodeados de gente con buen humor

El aumento de la risa espontánea produce bienestar general y mejora muchos indicadores de la salud, los mismos que el enojo pone en riesgo.

Las expresiones corporales de las personas con quienes convivimos inducen miméticamente las que adoptamos y esto, a su vez, cambia nuestra percepción del mundo.

Fuente: Mariano Sigman

Imagen: Nichole Kobi

Ona Daurada

Núria Batlle

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