El cerebro social y las neuronas espejo

EL CEREBRO SOCIAL Y LAS NEURONAS ESPEJO

 

El notable trabajo del doctor Daniel Siegel, defiende con solidez que los circuitos cerebrales que utilizamos para el autodominio y el autoconocimiento son en gran medida los mismos que activamos para conocer a otras personas. En otras palabras, en cierto sentido la conciencia que tenemos de la realidad interior  de otra persona y la que tenemos de la nuestra son sendos ejemplos de empatía.

El cerebro social cuenta con infinidad de circuitos, todos ellos concebidos para adaptarse a la mente de otra persona e interactuar con ella. El estudio de los cerebros de dos personas mientras interactuaban dio paso a un abanico de descubrimientos.

Un hallazgo clave ha sido el de las neuronas espejo, que funcionan como una especie de wifi neuronal para conectar con otro cerebro. Ahora sabemos que el cerebro humano está salpicado de “neuronas espejo” que reflejan en nosotros exactamente lo que vemos en los demás: sus emociones, sus movimientos e incluso sus intenciones.

 

EL CEREBRO SOCIAL Y LAS NEURONAS ESPEJO

 

El “mecanismo del contagio” sabemos que se produce gracias a las “neuronas espejo” (y a otras zonas como la ínsula, que está al tanto de las sensaciones de todo el cuerpo), en lo que equivale a una conexión entre dos cerebros. Debido a ese canal furtivo existe en cada una de nuestras interacciones un subtexto emocional que determina enormemente todo lo demás.

Eso significa que, básicamente, influimos de forma constante en el estado cerebral de los demás. Según mi modelo de inteligencia emocional, la gestión de las relaciones quiere decir, en ese nivel, que somos responsables de cómo determinamos los sentimientos de las personas con las que interactuamos, para bien o para mal. En este sentido, la capacidad relacional tiene que ver con la gestión de los estados cerebrales de los demás.

A partir de ahí surge un interrogante:

 

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¿Quién envía las emociones que pasan entre las personas y quien las recibe?

Una respuesta para grupos de iguales, es que el emisor suele ser el individuo más expresivo emocionalmente. Sin embargo cuando existen diferencia de poder (en el aula, en el trabajo, por lo general en cualquier tipo de organización) el emisor emocional es el individuo más poderoso, que marca el estado emocional del resto.

En cualquier grupo de seres humanos se presta el máximo de atención a lo que diga o haga la persona con más poder. Hay muchos estudios que señalan, por ejemplo, que si el líder de un equipo está de buen humor los demás lo reflejan y el optimismo colectivo mejora el rendimiento del conjunto. En cambio si el líder proyecta mal humor lo propaga del mismo modo y el funcionamiento del grupo de resiente.

 

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El contagio emocional

El contagio emocional se produce siempre que la gente interactúa, ya sea en pareja, en grupo o en una organización. Se hace más evidente en un acontecimiento deportivo o una representación teatral, donde la multitud experimenta idénticas emociones al mismo tiempo. El responsable de esa transmisión es nuestro cerebro social, gracias a circuitos como el sistema de “neuronas espejo”. El contagio emocional de una persona a otra surge automática, instantánea e inconscientemente y escapa a nuestro control.

 

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La compenetración o “rapport”

En el Hospital General de Massachusetts, se hizo un estudio con médicos y pacientes durante una sesión de psicoterapia. La interacción se grabó en vídeo y se controló su fisiología. Posteriormente los pacientes vieron la grabación e identificaron los momentos en los que habían tenido la impresión en que el médico establecía lazos de empatía con ellos y se habían sentido escuchados y comprendidos, compenetrados con él, y los momentos en los que se habían encontrado disgregados y habían pensado: “Mi médico no me entiende, le traigo sin cuidado.” Cuando los pacientes se habían sentido disgregados tampoco se había observado una conexión en su fisiología. No obstante, cuando decían: “Sí, he sentido una verdadera conexión con el médico”, sus fisiologías se habían movido conjuntamente, como en un baile. Se había producido asimismo una coincidencia fisiológica; el ritmo cardíaco de médico y paciente se habían sincronizado.

 

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Ingredientes para el “rapport”

El estado de compenetración o “rapport” se caracteriza por tres ingredientes.

El primero es la atención absoluta. Las dos personas tienen que estar completamente pendientes la una de la otra.

El segundo es la sincronía no verbal. Si dos individuos conectan bien realmente y se observa esa interacción sin fijarnos en lo que dicen (como quien ve una película sin sonido), se apreciará que sus movimientos están casi coreografiados, como si bailaran. El responsable de orquestar esa sincronía es otro grupo de neuronas, llamadas osciladores, que regulan nuestro movimiento con respecto a otro cuerpo (o a un objeto).

El tercer ingrediente de la compenetración es la positividad. Es una especie de microflujo, de subidón interpersonal. En estos momentos de química interpersonal, de conexión, es cuando salen mejor las cosas, con independencia de los detalles de lo que estemos haciendo juntos.

A este tipo de interacción se le denomina también “momento humano”. Podemos analizar ese “momento humano” en función de la fisiología, pero también desde el punto de vista de la experiencia, puesto que en esos instantes de química nos resulta agradable estar con la otra persona, que a su vez siente lo mismo con respecto a nosotros.

La empatía siempre entraña un acto de autoconocimiento.

Fuente: Daniel Goleman

Imagen:  Agata Wierzbicka

Núria Batlle

Ona Daurada

 

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