¿Para qué vivimos? Quién no se ha preguntado en algún momento de su vida: ¿Qué hago aquí? ¿Para qué vivo?

¿Para qué vivimos?

 

-¿Para qué vivimos?, -me preguntó una amiga que en aquel momento estaba realmente enfadada con la vida.

-¿Para aprender?, -respondí yo.

-¿Y para qué queremos aprender?

-Para evolucionar, -le dije.

-¿Y por qué tenemos que evolucionar?, ¿Cuál es la finalidad?

-Pues porque formamos parte de un sistema más grande cuya finalidad es estar en continua evolución, o al menos es como yo lo veo.

Ella respondió:

–Sí, pero ¿por qué?, ¿para qué?

-Para nada, -contesté. No es para nada. “El vacío es la forma y la forma es el vacío”, no se trata de ser sino de estar.

Por supuesto que no la convencí, este tipo de conversación nunca tiene un final.

Al día siguiente cayó en mis ojos un bello texto de Bertrand Russell, después de leerlo pensé: Lo realmente importante no es saber para que vivimos, de donde venimos o a donde vamos, – las eternas preguntas, para las que existen respuestas de todo tipo: filosófico, metafísico, exotérico o religioso y que cada cual puede elegir y creer en una, en todas o en ninguna-, lo realmente importante es que cuando se acerque el final de nuestra vida sepamos para qué hemos vivido, o mejor dicho, a qué o en qué hemos puesto nuestro afán y nuestra ilusión.

Bertrand Russell (1872-1970), tuvo una vida intensa en todas las áreas, se casó cuatro veces, vivió en Inglaterra (donde nació), en Estados Unidos, Rusia y China. Fue filósofo, matemático, investigador y escritor, ganó el Premio Nobel en 1950.

Su escrito “Para lo que he vivido” es un canto sencillo, coherente, inteligente, místico y apasionado a la vida.

Os lo dejo para que disfrutéis.

 

Para lo que he vivido

 

Para lo que he vivido

Tres pasiones simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. 

He buscado el amor, primero, porque comporta un éxtasis tan grande que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de ese gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad en que la conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo de la vida. Lo he buscado finalmente porque en la unión del amor he visto en una miniatura mística la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin- he hallado.

 

 ¿Qué hago aquí? ¿Para qué vivo?

 

Con igual pasión he buscado el conocimiento. He deseado entender el corazón de los hombres. He deseado saber por qué brillan las estrellas. Y he tratado de aprender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina al flujo. Algo de esto he logrado, aunque no mucho.

El amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacía volver a la tierra. Resuena en mi corazón el eco de gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro.

Esto ha sido mi vida.

 La he hallado digna de vivirse,

 y con gusto volvería a vivirla si se me ofreciese la oportunidad.

Bertrand Russell

Imagen: Jimmy Lawlo

Mamen Lucas

Ona Daurada

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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