Referencias internas en la meditación from Ona Daurada on Vimeo.
Existen tres lugares del laberinto mental que son de suma importancia situar. A modo pedagógico le mostraré tres niveles de interioridad que operan cuando la práctica de meditación se hace grado a grado.
Inicialmente usaré el ejemplo comparativo de cómo la mente lentamente se abstrae, con su ingreso en una fortaleza custodiada: fuera de la fortaleza no existe manera de ser protegido por sus murallas; allí la naturaleza manifiesta un peligro potencial a la vida; en sus extensas praderas conviven hombres, animales y plantas, pugnando cada uno por existir aun a costa de los demás.
De igual manera, mientras realiza la práctica, el mundo externo le bombardea con todo tipo de información proveniente de los aún externalizados sentidos. En verdad, pareciera que se encontrase más afuera que adentro; excepto por los ojos cerrados, pareciera que los demás sentidos se agudizan.
Cuando se dirige a la seguridad que las murallas proveen, ha de cruzar la única puerta que permite ingresar. Ya adentro perderá el hermoso y a la vez peligroso paisaje del que hasta entonces gozaba. Las verdes praderas han sido reemplazadas por el tumulto de la gente que camina por las angostas calles de la fortaleza: mercaderes, soldados y cuanta maraña de personajes existan aparecerán uno a uno en alguno de los callejones, calles, terrazas o parques. El ruido reemplazará el suave murmullo del viento que mece las hojas de los árboles. Lo único que todavía se mantiene de antaño es el cielo azul que sigue allí.
Asimismo, cuando gracias a la práctica constante de internarse en sí mismo note cómo su mente comparte el propio ruido de los pensamientos, notará que alternadamente la información del mundo externo se extinguirá sin dejar huella. El mundo de la mente, con sus variadas y alocadas evocaciones, se sobrepondrá lentamente al mundo externo.
Más adelante, en la travesía que lo lleva al conocimiento, buscará la edificación que contenga su personalizado anhelo.
Al entrar en ella, tanto el ruido como la luminosidad externa amainarán hasta ser imperceptibles. Tampoco el cielo azul estará. Lo único que ahora experimenta es la soledad de paredes vacías donde penden amorfas formas que sin distingo adornan los capiteles.
De igual manera, mientras profundiza en la meditación, notará cómo lentamente, tímidamente, el mundo externo y el mundo interno, los pensamientos, se desdibujan.
Aprenderá a saber que usted es tan sólo su Yo (verdadero). Lo notará. En ocasiones aparecerá el temor de la novedosa experiencia y, cada vez más, su mente atinará a llevarlo al concepto sobre el cual se ancla su propio centro de existencia: el Yo Soy.
Si aún persiste en la búsqueda, deberá ir escaleras abajo e internarse en el corazón de la edificación. Paredes, techos y pisos, con sus respectivos adornos, no son más que formas que intentan expresar en su majestuoso silencio el poder de ese lugar subterráneo, escondido en el seno de la tierra. Allí no hay luz, ni formas, ni ruidos, ni cielo, tan sólo un pequeño lugar mágico que resuena alternativamente con el murmullo del universo.
De igual forma, ingresando al umbral mental de la “no–forma” y el “no–nombre”, transitará por el espantoso túnel donde el “yo egóico” deja de existir.
Este lugar ha de cruzarse con sumo cuidado pues, de no ser así, taquicardia, desvanecimiento o simplemente un susto mayúsculo poseerá a quien osadamente allí ha llegado.
Más adelante no existe cosa alguna diferenciada, tan sólo la certeza de que se “Es”, sin dualidad; actuando como un “yo” que tan sólo atina a pensar: Soy, Existo; y por último, la nueva Realidad que por Sí Misma aparece.
Sesha, “La Búsqueda de la Nada”.