Algún lugar

Algún lugar from Ona Daurada on Vimeo.

Hace ya muchos años, en los vastos dominios del espacio, na­ció un planeta. Era una gran masa de tierra rodeada de océa­nos. Su nombre era Algún Lugar.

Algún Lugar estaba acosado por terribles problemas, tanto in­ternos como externos. Sus tribus combatían encarnizadamente, sufría terremotos y huracanes y tenía volcanes en erupción que iban modificando su geografía constantemente. La imagen de Al­gún Lugar, tal y como se reflejaba en el espejo celestial de su propia atmósfera, estaba cambiando continuamente; cuando se había acostumbrado a una forma, cambiaba a otra. Esto era muy triste. Algún Lugar no sabía quién era.

Sus problemas externos incluían también meteoritos que iban estrellándose unos contra otros y cayendo sobre el planeta, des­truyendo aún más los rasgos de Algún Lugar. Por no hablar de los problemas que tenía con las tres lunas que orbitaban en torno a él y los dos soles alrededor de los cuales, Algún Lugar giraba. Las tres lunas influían en sus mareas, empujando y atrayendo en varias direcciones y causando grandes inundaciones, maremotos y remolinos gigantes. Su órbita alrededor de los soles, en forma de ocho, provocaba que, por la noche, se congelase por el frío y de día el calor lo abrasara.

Su existencia era imprevisible y caótica. Sólo había una cosa segura: la supervivencia era una lucha interminable. Algún Lugar había perdido la esperanza; sentía que no lo podía soportar, ya que no tenía la fuerza necesaria para resistir la terrible tensión, el constante «estira y afloja».

Los planetas son cuerpos solitarios; no pueden encontrarse unos con otros y, por lo tanto, aprender los unos de los otros. Tam­poco pueden morirse sin más. ¿Qué podía hacer Algún Lugar?

En su desesperación miró hacia su interior. En lugar de estudiar­se en el espejo de su atmósfera, sé miró a sí mismo como nunca lo había hecho hasta entonces. Vio partes familiares, como capas de tierra, pozos, arroyos y ríos subterráneos; cuevas y raíces ve­getales; partes desconocidas como capas de carbón negro, depó­sitos de petróleo que fluían lentamente y filones de oro, plata y gemas brillantes. Y, debajo de todo esto, una zona estable y pe­sada que ni siquiera la tormenta más violenta podría mover, empujar o deformar. Era un poderoso imán y una fuente de ener­gía. Algún Lugar nunca había conocido esa parte de sí mismo.

-¿Quién eres tú? -le preguntó.

-Yo soy tu núcleo.

-¿Y para qué sirves? -preguntó Algún Lugar.

-Soy para ti -dijo su núcleo-. Soy tu centro y te mantengo estable en tu sistema solar. Los problemas externos sólo se aña­den a mi poder y energía. Ahora que por fin me has encontrado, podremos trabajar juntos para influir en lo que nos rodea y al­canzar nuestro destino.

-¿Por qué no me habías hablado antes? -preguntó Algún Lu­gar.

-No tenía voz -le contestó Núcleo- hasta que me encontraste. Sólo prestabas atención a tu mundo exterior; ahora estás empe­zando a fijarte en tus recursos interiores. Piensa en los tesoros de los que hoy te has dado cuenta por primera vez. Eres mucho más rico de lo que jamás has pensado. Tus partes ocultas han estado trabajando contigo todo este tiempo. No estás solo.

Algún Lugar ocupó su espacio en el universo. Conocer su nú­cleo interior y sus recursos, le permitió completar su viaje hasta su destino.

Adaptado de un escrito de Channah Cune

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *