Antigua cítara – Cuento from Ona Daurada on Vimeo.
Entre las preciosas obras de arte que colmaban la sala del Tesoro imperial había una cítara antigua que desde hacía mucho tiempo ya nadie se atrevía a tocar.
Cuenta la leyenda que antaño fue tallada en la madera del árbol Kiri que fue, en tiempos inmemoriales, el rey del bosque de Lungmen, un lugar rico en energía según los maestros del Feng Shui.
Su cabeza altiva dialogaba con el viento y las estrellas, sus raíces profundas se nutrían del soplo del Dragón de la Tierra. El espíritu del árbol era poderoso, y el instrumento que un mago luthier de los tiempos antiguos talló en su madera era salvaje, difícil de domesticar.
Muy pocos eran los músicos que conseguían afinarla, y menos aún los que eran capaces de arrancarle sonidos melodiosos.
Huangdi, el mítico Emperador Amarillo, fue el primero en tocarla y compuso con ella aires olvidados que, según dicen, podían alejar las nubes o traer la lluvia.
Durante los siglos que siguieron hubo todavía grandes maestros de música capaces de hacer vibrar armoniosamente la cítara sagrada, como si ella los reconociera. Pero, desde hacía varias dinastías, todos cuantos habían intentado tocarla no habían sacado de ella más que sonidos discordantes y lamentables cacofonías, señal, sin duda, de que la época de los músicos verdaderos había llegado a su fin.
A un emperador se le metió en la cabeza elegir a un nuevo maestro de música recurriendo a la cítara que mandó exhumar de la sala de los tesoros. Deseaba saber si existía alguien cuyo arte aún poseyera una onza de magia o si semejante talento no era más que una leyenda de antaño.
Mandó anunciar en todo el Imperio los términos del concurso.
Pocos músicos se presentaron a las puertas del palacio, por miedo a quedar mal ante el Hijo del Cielo en persona. Y los músicos de la corte se sometieron a la prueba a regañadientes.
En efecto, ocurrió lo que más temían: sólo consiguieron arrancarle al instrumento chirridos, crujidos, chillidos, que hicieron desfilar sobre los augustos rostros del emperador y la Corte todo tipo de muecas. Los escasos maestros de música procedentes de los cuatro confines del Imperio tampoco consiguieron alegrar a la concurrencia.
Entonces le llegó el turno a un músico errante, uno de esos comediantes andrajosos que tocaban para los pájaros de los pinares, los peces de los torrentes y los peregrinos en el patio de los templos.
Tomó la cítara, acarició largamente la caja de resonancia como si intentara domesticar un caballo rebelde. Con una mano hizo vibrar cada cuerda con un roce, con la otra las fue afinando con la sonrisa interior del amante que contempla a su amada.
Una melodía fue ascendiendo lentamente, olas de notas cristalinas se alzaron y se desvanecieron como el flujo y el reflujo del oleaje sobre la orilla. Pese a que era otoño, un viento tibio empezó a soplar en la sala. Exhalaba el perfume de los cerezos en flor. Los rostros de la noble asamblea irradiaron una apacible alegría.
Los músicos presentes reconocieron el modo Kino, el de la primavera. De repente, la música se aceleró y adoptó la tonalidad Zhi. Un viento cálido hizo resonar bajo las vigas el canto de los grillos, los pulsos empezaron a latir a toda velocidad, los cuerpos borbotearon de vida. Los dignatarios perdieron toda compostura, meciendo la cabeza y balanceándose al compás, irresistiblemente arrastrados por el ritmo. Algunos se levantaron y empezaron a bailar. La música se ralentizó y se apoyó en el tono You. Un viento glacial silbó su endecha entre las columnas de mármol. Copos de nieve revolotearon en la sala y se mezclaron con las lágrimas de nostalgia sobre los rostros de la noble asamblea.
La cítara desgranó sus últimas notas, que resonaron largo tiempo bajo la estructura. Luego se fueron fundiendo poco a poco en la vibración del silencio, que en ese momento se había vuelto asombrosamente presente.
Tras un tiempo que pareció una eternidad, la voz del emperador hizo salir a la asistencia de su extraño adormecimiento:
-Felicidades. Has triunfado allí donde todos han fracasado. Tú serás mi maestro de música. Dinos tu nombre y cómo has adquirido el secreto de tu arte.
El músico errante esbozó una tímida sonrisa y dijo:
-Mi nombre es Peiwo, Majestad. En mi humilde opinión, creo que los demás han fracasado porque querían que se oyeran sus propias músicas. Lo que yo he hecho ha sido dejar que la cítara cantara los temas de su elección. Y sería incapaz de decir si fue Peiwo quien tocó la cítara o la cítara quien tocó a Peiwo. Gracias a este instrumento divino, he alcanzado por fin mi sueño de músico y ya no la necesito. Era mi único objetivo al venir aquí.
Depositó la cítara al pie del trono y franqueó la gran puerta lacada en rojo y oro. Cuando el emperador salió de su estupefacción, dio órdenes para que se diera alcance al maestro de música que había elegido para sí.
Pero la bruma del otoño había engullido su sombra.
Pascal Fauliot
Imagen: Zhang Quan Zhong y Wu Guan Zhond