«Ciertamente, todo es Dios»

Ciertamente, todo es Dios from Ona Daurada on Vimeo.

Un hombre se dirige a un sabio iluminado y le pregunta por el significado de la vida. El sabio, entonces, le resume la visión vedantina, diciéndole que este mundo no es más que el supremo Brahmán o la Divinidad, y que su propia conciencia testigo es una con Brahmán, que su Yo profundo es uno con Dios. Y, dado que Brahmán lo crea todo y que su Yo superior es uno con Brah­mán, su Yo superior lo crea todo.

Luego el hombre vuelve a su casa, convencido de que ha com­prendido el sentido último de la vida, de que su Yo profundo es re­almente Dios y de que él es el creador de toda la realidad.

Y, en el camino de regreso a su hogar, ve aproximarse a un elefante y deci­de verificar esa sorprendente noción quedándose de pie en mitad del camino, convencido de que, si es Dios, el elefante no le daña­rá, haciendo caso omiso de los gritos del conductor que le advertí­an que se apartara de su camino y permaneciendo impávido en me­dio del camino hasta que el elefante termina atropellándole.

Luego, renqueando, vuelve nuevamente a visitar al sabio y le recrimina que si realmente Brahmán, o Dios, lo fuera todo, y que si su Yo fuera uno con Dios, el elefante no debería haberle heri­do.

«Ciertamente, todo es Dios», le respondió, finalmente, el sa­bio, «pero ¿por qué no le hiciste caso cuando Dios te pedía que te apartaras de su camino?»

Es cierto que el Espíritu crea toda la realidad y también lo es que, en la medida en que somos uno con el Espíritu, somos esa misma actividad creativa. Pero la actividad creativa no sólo se manifiesta en nuestra conciencia concreta sino “que también lo hace en todo lo demás”.

En consecuencia, si interpretamos el des­pertar espiritual exclusivamente en términos de un Yo Superior, ignoramos a Dios en todo lo demás —ignoramos al ele­fante—, pensamos que no es real, que no es importante y pasaremos por alto todo el trabajo conductual, cultural o social que necesaria­mente debe ser llevado a cabo en esos dominios para llegar a ex­presar plenamente el Espíritu que somos.

Fuente: Ken Wilber

Imagen: Mireia Canicio

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