La paciencia es una fuerza equilibrante y reguladora que permite afrontar los acontecimientos más sosegadamente, con constancia y sin desesperación, y mantener, a pesar incluso de las adversidades, un ánimo más estable e imperturbable.
Cada persona puede propiciar los medios y actitudes para activar esta virtud que dispone de su propia energía de sabiduría. La paciencia nace de la comprensión clara, el entendimiento correcto, la ecuanimidad y la reflexión atenta.
La paciencia nos reporta un sentimiento de fortaleza, integración y equilibrio interior, pues procura coherencia interna y una sensación de incomparable cohesión. También favorece una visión más clara y un proceder más reflexivo. Nos invita a saber esperar, a desarrollar un ánimo más estable y una ocasión oportuna para proceder; también aumenta la capacidad de resistencia anímica, refuerza la voluntad, despeja el entendimiento y fomenta la fortaleza espiritual. Además, es un antídoto poderosísimo contra la frustración, la ira, la cólera y los estados de aversión e irritabilidad en general.
La paciencia requiere atención
Para que la paciencia llegue realmente a manifestarse de un modo espontáneo y natural, y para que forme parte de nosotros mismos, tenemos que trabajarla de manera también paciente. Se tiende al apresuramiento, a la obsesión por los resultados, a la exasperación, al disgusto, a la ansiedad y la alteración anímica. Se trata de adiestrarse con perseverancia en la paciencia y tratar de recobrala cuando uno la pierde. Por eso también hay que recurrir a la atención. Muchas veces perdemos la paciencia o no nos adiestramos adecuadamente en la misma por falta de atención, ya que ni siquiera recordamos que hay que ejercitarse en la paciencia, o no estamos lo suficiente atentos para hacerlo.
Paciencia y ecuanimidad están muy cerca. La persona ecuánime se torna paciente y la persona paciente desarrolla, mediante su actitud de paciencia, la ecuanimidad. Requerimos necesariamente de la paciencia para llevar a cabo con mayor precisión y destreza, cualquier actividad, cualquiera que sea.
Tomarse tiempo para reflexionar, hacer o no hacer, sentir, relacionarse y abstraerse es sumamente integrador y fuente de equilibrio psíquico. Todo tiene su tiempo y requiere su tiempo. Cuando todo se hace deprisa, aunque, curiosamente, no se tenga prisa, nada se aprecia en su exacto momento, y a nada se le concede el relieve necesario. Se requiere un poco de paciencia para deleitar cada momento de la vida y obtener de él un aprendizaje.
Cultivar la paciencia
Para cultivar la paciencia es conveniente:
- Ejercitarse en dar un poco más de tiempo a aquello que se está llevando a cabo.
- Aplicar la atención consciente a la situación que se vive.
- Practicar unos minutos diarios el arte de la detención o meditación, para aprender a contactar con nosotros mismos.
- Desarrollar una comprensión más clara y profunda de las cosas, que nos permitirá darnos cuenta de que a menudo nos alteramos por hechos insustanciales.
- Cultivar la diligencia desde la paciencia. No confundir la acción con la agitación.
- Vivir plenamente el presente. Valorar el proceso de los acontecimientos sin obsesionarse únicamente por los resultados.
“Apresurémonos lentamente”
Fuentes: Ramiro A. Calle
Imagen: Anna Parini
Núria Batlle
Ona Daurada