Huellas doradas

Huellas doradas from Ona Daurada on Vimeo.

Lorenzo había vivido una buena parte de su vida con intensi­dad y gozo. En numerosas ocasiones su intuición lo había guia­do, cuando su inteligencia fallaba o no era capaz de mostrarle el mejor camino a seguir. Aunque la mayor parte del tiempo se sentía en paz, en algunas ocasiones su ánimo se ensombrecía y le parecía que, durante un tiempo, se perdía a sí mismo.

Durante muchos años había aprendido a cuidarse y también hacía lo posible para no dañar a los demás. Siempre intentaba ayudar, si se le requería. Lorenzo valoraba mucho el afecto y, quizás por este motivo, era especialmente sensible a la injusticia; a la envidia de los otros o a los juicios de valor que, a veces, recibía por parte de algunos extraños o conocidos.

Aquel día su ánimo estaba especialmente gris y se preguntaba si había sido capaz de dar significado a su vida. Se sentía muy abrumado y con deseos de irse de viaje, de buscar otro lugar donde pudiera ver las cosas más claramente.

-Quizás -se decía- en otro pueblo, otro lugar, con otra gente, podría empezar de nuevo una vida más generosa y solidaria con los demás.

Lorenzo decidió pues, tomarse un tiempo para reflexionar so­bre su pasado, su presente y su futuro. Así que puso algunas cosas en su mochila y partió en dirección al monte. Pensaba que el silencio de la cima y la visión del valle podría ayudarle a poner en orden sus pensamientos y sus sentimientos. A medida que iba subiendo montaña arriba, la luz del día iba declinando, y cuando llegó a la cima del monte, atardecía y su poblado se veía hermoso, rodeado de la suave luz del sol al atardecer.

-Por un peso te alquilo el catalejo -le dijo un viejo que apare­ció de repente con un pequeño telescopio plegado entre sus manos.

-De acuerdo -dijo Lorenzo- dándole la moneda que pedía.

Cogió el catalejo y fue enfocándolo intentando buscar la plaza donde estaba su casa. De repente, algo le llamó la atención: un intenso punto dorado brillaba en el patio del edificio de la escue­la. Lorenzo separó sus ojos de la lente, parpadeó varias veces y volvió a mirar de nuevo. El brillante punto dorado seguía allí.

-¡Qué raro! -exclamó Lorenzo- sin darse cuenta de que ha­blaba en voz alta.

-¿Qué es lo raro? -le pregunto el viejo.

-El punto brillante en medio del patio de la escuela -dijo, pa­sándole el catalejo al viejo.

-Son huellas -dijo éste.

-¿Qué huellas?

-¿Recuerdas que un día… Deberías tener unos siete años, Mi­guel, un amigo de tu infancia lloraba desconsoladamente en la escuela? Su madre le había dado unas monedas para comprar el lápiz que necesitaba en su primer día de clase, y él había perdi­do el dinero y lloraba a mares. ¿Recuerdas que tenías un lápiz nuevo que estrenabas aquel día? Tú, Lorenzo, cortaste el lápiz en dos mitades, sacaste la punta a la mitad cortada y diste la mitad nueva del lápiz a Miguel.

-No me acordaba de esto -dijo Lorenzo— pero ¿qué tiene que ver con el punto brillante?

-Miguel nunca olvidó tu gesto y este recuerdo se volvió impor­tante en su vida.

-¿Y…?

-Hay acciones en la vida de una persona que dejan huellas en la vida de otras -explicó el viejo-. Todas las acciones que ayudan al desarrollo de los demás, quedan marcadas como hue­llas doradas…

Lorenzo volvió a mirar por el catalejo y vio otro punto brillan­te en el camino a la salida del colegio.

-Este es el día en que saliste a defender a Francisco. ¿Te acuer­das? Volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo de tu cha­queta arrancado.

Lorenzo miraba el pueblo. Había luces especiales repartidas por doquier.

-Aquella que está ahí en el centro -continuó el viejo- es el trabajo que conseguiste a Pepe el día que lo despidieron de la fábrica. La que está más a la derecha, es la huella de la vez que organizaste un sorteo para ayudar a conseguir dinero para la operación de María, la hija de Ramírez. Estos otros puntos bri­llantes que salen a la izquierda, son las huellas de cuando volvis­te de vacaciones porque la hermana de tu amigo Juan había muerto y querías estar con él.

Lorenzo apartó la vista del catalejo y sin necesidad de éste, vio su pueblo lleno de puntos brillantes, de huellas doradas ilu­minando la noche. Cogió su mochilla, devolvió el catalejo al vie­jo, y tomó el camino de vuelta a su casa

 

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