Li Bai, el poeta más consagrado de China, tiene mucho que agradecer a una anciana analfabeta. Cuando era niño no le gustaba ir al colegio.
Muchas veces se detenía en el camino observando con curiosidad cualquier cosa, y no llegaba nunca a su destino. Sentía miedo, y a la vez odio, hacia el profesor severo, que castigaba a los alumnos por cualquier travesura o negligencia. Le aburrían los libros escritos en lenguaje clásico. Le parecía que nunca iba a aprender de memoria las difíciles reglas gramaticales y las pesadas enseñanzas de los filósofos antiguos.
Para él era mucho más divertido observar el movimiento de las hormigas o el trabajo del herrero que forjaba herramientas y armas.
Un día, camino del colegio, se distrajo viendo a una señora de avanzada edad trabajando a la orilla del río.
La mujer afilaba afanosamente una barra de hierro en una rústica piedra.
— ¿Qué está haciendo? — preguntó el infante lleno de curiosidad.
La anciana, sin levantar la cabeza, le contestó amablemente mientras seguía puliendo la barra metálica:
— Mi querido hijo, quiero hacer una aguja de coser.
El joven quedó totalmente desconcertado:
— Pero, abuela, ¿cómo es posible hacer de una barra de este grosor una aguja tan pequeña?
— Sí, pequeño. Siempre he hecho agujas con estas barras de hierro. Son mejores que las que hay en el mercado.
La abuela le contestó como si fuera lo más natural del mundo, pero el niño quedó totalmente desconcertado.
— ¿No se impacienta por lo penoso del trabajo?
— La constancia hace milagros. Si un día no es suficiente, podré dedicar diez o cien. Pero tendré que transformarla en una aguja de coser. Tarde o temprano, lo conseguiré.
A partir de ese día, Li Bai siempre pasaba por la orilla del río camino del colegio. Durante varios meses encontró a la abuela trabajando constantemente con su barra de hierro, que se empequeñecía, se afilaba y se convertía en una diminuta aguja. Mientras tanto se formaba en buenos hábitos en el colegio y llegó a ser el alumno más aplicado de la clase. Treinta años más tarde, entró en el Palacio Imperial con todos los honores de un poeta consagrado.
Texto: “Cuentos clásicos de la China”
Changshiru y Ramiro Calle