La memoria es el combustible de la creatividad y la creatividad también es el combustible de la memoria. Creatividad y memoria son como el yin y el yang, elementos de un círculo indivisible.
Partiremos del escenario donde se cuestiona esta idea con más frecuencia. En el ámbito educativo casi todos los estudiantes se lamentan: “¿Para qué me hacen aprender el nombre de todos los ríos de Asia si no me va a servir para nada? Lo más probable es que lo olvide en poco tiempo y, además, ¡todo está en Internet!” .A fin de cuentas, la memoria colectiva se encuentra en unos discos duros que flotan en la nube (ahí están las musas de nuestra época). El argumento estaría bien si no escondiese una gran falacia. Veámosla en acción: recordamos en medio de una acalorada negociación haber leído algo que puede inclinarla a nuestro favor. ¿Le pedimos a nuestro interlocutor que espere unos minutos para buscarlo en la red? En las negociaciones, en la amistad, en el amor y en la vida misma, la palabra no puede demorarse ni esperar búsquedas enciclopédicas. La palabra justa es justa porque aparece en el momento preciso. En la vida no hay botón de pausa.
El arte de la memoria
Aprender los ríos de Asia en el colegio no es importante por lo que significa ese saber, lo relevante es desarrollar las herramientas para “dibujar” eficientemente la memoria y así poder recuperarla a voluntad y sin esfuerzo: es, en esencia, aprender a pensar; conectar en una historia coherente el conocimiento nuevo con nuestros conocimientos previos. Este arte de la memoria da lugar a un conocimiento profundo, que algunos investigadores modernos de la educación ubican en las antípodas del aprendizaje inerte: aquel que permanece desconectado de toda nuestra experiencia y de los conocimientos que ya hemos adquirido.
La lógica de la memoria
Por ejemplo, para aprender los ríos de Asia conviene, además de achicar la lista, relacionarlos con cosas que le den sentido, entender quien vive cerca de ellos, cómo han cambiado la historia de las regiones que bañan, cómo dividieron a los pueblos que se establecieron en sus márgenes, cómo se conectan con otros ríos y que sucedería si se secasen o contaminasen. Al otorgarles un contexto, un sentido y una historia, los elementos que forman esas listas se recuerdan con mayor facilidad. Conviene recordar además, que el buen estudio de cualquier materia debería servir para ejercitar la lógica de la memoria, igual que cuando jugamos al futbol de pequeños no lo hacemos para convertirnos en futbolistas profesionales, sino para ejercitar una serie de facultades asociadas con el deporte como la forma física, la velocidad y la resistencia, la condición sensomotora, el sentido del espacio, la estrategia y el trabajo en equipo.
La libertad de elegir
No es la enseñanza de la memoria que está en crisis, sino la forma particular en que suele enseñarse. Hay pocos ejercicios más pertinentes que el de enseñar a construir esas estaciones de regreso desde las cuales podemos evocar e hilvanar el conocimiento. Con estos cimientos forjados, cada uno tendrá la verdadera libertad para elegir con qué poblar la memoria.
Toda libertad se construye con herramientas. La libertad de expresarse precisa del buen uso del lenguaje; para dedicarnos a la pintura, tenemos que perfeccionar los movimientos de la mano. De la misma manera, entre los instrumentos que nos dan libertad para pensar están, muy alto en la lista de prioridades, aquellos que nos permiten escribir y leer nuestra memoria.
Fuente:Mariano Sigman
Imagen : Dasha Pears
Ona Daurada
Núria Batlle
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