La mujer especial

Había una mujer que desde muy pequeña sabía que ella era especial. Un hermano de su madre que vivía con ellos se lo dijo.

-Tu hermana mayor es muy guapa, y tú eres especial.

Esto, no le extrañó nada, su tío era una persona muy especial para ella y por lo tanto no era nada raro que ella se pareciese a él.

Conforme fue creciendo se daba cuenta de que realmente era así, su vida era rica en amor, amistades, sensaciones y emociones.

Era suficientemente inteligente, sabia elegir y disfrutar. Le era fácil aprender y conseguir cuanto quería.

La vida le confirmaba que era especial y como ella lo sabía, vivía como quería, las reglas y las normas sociales que no le gustaban, no les hacia caso, porque ella era distinta, especial.

Conoció a algunas personas que eran como ella, pero pocas, sintió que pertenecía a un club muy selecto y especial.

Pasaron años y años, un día, sin saber muy bien por que motivo, empezó a sentir un ligero peso, peso que cada día aumentaba un poco.

Resultaba cansado ser especial, además, había descubierto una manera distinta de ver el mundo y aquello de ser especial quedaba raro desde esta nueva visión.

Decidió comportarse de tal forma que el ser especial pasara desapercibido.

Y aquí, comenzaron sus problemas, ahora ya no sabia si cuando decía o hacia algo lo hacia por ser especial o por intentar no serlo, o quizás por no parecerlo.

Ser especial le parecía mal y no serlo también.

Oyó hablar de una mujer muy sabia y fue a consultar con ella.

Le contó su historia, aquella mujer la escuchó, cómo sólo la gente sabia sabe hacerlo.

Luego le dijo:

-Lo que te voy a decir no te va a gustar nada: “Es falso que tu seas especial”.

-¿Cómo? ¿Qué dice esta mujer?  Pensó la mujer especial. No puede ser. No entiende nada.

Una serie de pensamientos parecidos merodearon por su cabeza.

La mujer sabia, de manera pausada y tranquila fue haciendo algunas preguntas, no muchas, sólo algunas.

Las preguntas eran sencillas a la vez que poderosas.

Y ella, la mujer especial, fue comprendiendo, fue sintiendo como cada idea se asentaba en su cabeza y poco a poco una sensación de amplitud y libertad se extendió por todo su ser.

Lo entendía y algo más importante, lo sentía.

Ya no necesitaba ser especial, o al menos no de esa forma, ahora sabía que todos somos iguales y a la vez distintos y que cada uno es especial a su manera.

Desde el fondo de su corazón agradeció y comprendió el inmenso regalo que le hizo el hermano de su madre, le había permitido vivir como ella quería, hacer y decir lo que sentía, ahora ya  había crecido, ya acababa el importante papel de aquel mensaje.

Ese día, la mujer sabia le daba un nuevo regalo, un nuevo mensaje que le permitía seguir viviendo en libertad.

Llena de alegría y gratitud salió para continuar su camino.

Mamen Lucas

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