Las cosas importantes

Todas las cosas importantes de mi vida las he hecho solo. En soledad exploré los primeros espacios ajenos al cuerpo de mi madre y después de mi padre. Visité los rincones de la casa, viajé al cuarto de los trastos viejos, me adentré en la penumbra del despacho de mi padre y revolví los objetos de los cajones enigmáticos y atractivos, me enfrasqué en los tesoros de sus armarios.

En mis primeros días de escuela me acompañaron hasta la puerta y desde ese linde me presenté solo. De aquello recuerdo luz amarilla de atardecer y voces de niños.

En soledad deambulé por las calles de mi barrio y conquisté a mis com­pañeros de juego.

En soledad he experimentado la proximidad de la amistad y desde mi sole­dad compartí sensaciones, experiencias y después ideas, muchas veces secretas.

En soledad he disfrutado de la lectura, de la pintura, del cine y de los mundos que me proponían. He obtenido satisfacción en espacios abiertos y poblados de naturaleza y en lugares cerrados y protegidos como cuevas.

Me he enfrascado y ensimismado en cosas que han sostenido mi atención de tal modo que el paso de las horas me ha parecido un instante y única­mente pude hacerlo cuando estaba solo.

He mirado las estrellas, he conocido, analizado y clasificado rocas, he sen­tido múltiples texturas de madera, tela y piedra.

Intuí la totalidad del mundo en algún instante de mi vida y lo hice fuer­temente protegido por mi soledad.

En mi más profunda soledad he comprendido lo importante, lo que ilu­mina la conciencia durante años, he medido la distancia entre el amor y el odio, he comprendido lo secundario como algo esencial, he oído cómo las palabras vacían su propio contenido en lugares inaccesibles en los que no se reencuentran jamás. He aprendido a apreciar la bondad y a desconfiar de ella. He visto cómo el favor pasa factura, cómo el amor es a veces pacto de lealtad que compromete la libertad, desconfié en solitario de algunos alegres y opti­mistas y me fijé con agrado en otros más antipáticos, serios y duros.

Y he estado tantas veces solo disfrutando del silencio y últimamente de mi respiración, cuyo sonido es capaz de hacerme olvidar todo lo que sé.

En soledad he emprendido viajes, he llegado a lugares que me han emo­cionado profundamente.

Algunas personas han amado mi soledad, se enamoraron de mi modo de expresarla. Esas personas se encontraron bien acogidas por mi soledad, bien envueltas y defendidas. Protegidas por el calor de sus paredes, mi soledad dio seguridad a las suyas y yo las he amado desde la distancia mínima, con más fuerza de la que me creía capaz.

Me presenté solo ante mi hija, en una primera vez que marcó las siguientes. Hazaña a la que ella contestó con una sonrisa que me atrapó en lo importante.

Asistí al nacimiento de nuevas ideas en mi mente desde mi soledad. Explo­ré el territorio de la tristeza, de la decepción y del dolor solo, también me ale­gré y disfruté de muchos placeres.

Ocupé mi lugar en el mundo, un lugar único, y comprendí poco a poco ese lugar después de haber ejercitado mucho tiempo mi soledad y he escrito esto disfrutando desde mi solitaria terraza.

Bernardo Ortín

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