Los tres ojos del alma

 

Los seres humanos disponemos, al menos, de tres formas de adquirir conocimiento; es decir, contamos con un espectro de diferentes modalidades de conocimiento, cada uno de los cuales nos revela un tipo diferente de  mundo.

San Buenaventura, uno de los filósofos preferidos de los místicos occidentales, afirmaba que los seres humanos poseemos tres canales, tres ojos, para llegar al conocimiento: el ojo de la carne, el ojo de la mente y el ojo de la contemplación.

 

 

El ojo de la carne

Por medio del ojo de la carne, percibimos el mundo externo, el tiempo y los objetos. El ojo de la carne crea y revela ante nosotros un mundo de experiencias sensorial compartida. Este es el “dominio de lo grosero”, el reino del espacio, del tiempo y de la materia; un dominio compartido por todos aquellos que poseen un ojo de la carne parecido. Así pues, en cierta medida, los seres humanos compartimos este dominio con algunos animales superiores, especialmente los mamíferos. Este es el ojo de la experiencia sensorial, el ojo empírico, el que nos da el conocimiento de todo aquello capaz de ser detectado por los cinco sentidos.

 

 

El ojo de la mente

El ojo de la razón, o, más generalmente, el ojo de la mente, nos permite alcanzar el conocimiento de la filosofía, de la lógica y de la mente; participa del mundo de las ideas, de las imágenes y de los conceptos. Este es el reino sutil. El ojo de la mente no sólo incluye al ojo de la carne sino que se alza por encima de él; y aunque el ojo de la mente depende del ojo de la carne para adquirir parte de su información, no todo el conocimiento mental procede del conocimiento carnal. Con el ojo de la mente “vemos” cosas que no están plenamente presentes ante el ojo de la carne. “Vemos” en las matemáticas, en la lógica, en la imaginación, en el conocimiento conceptual, en la intuición psicológica y en la creatividad.

 

 

El ojo de la contemplación

Mediante el ojo de la contemplación tenemos acceso a las realidades trascendentales. El ojo de la contemplación es al ojo de la razón lo que el ojo de la razón al ojo de la carne. Del mismo modo que la razón trasciende a la carne, la contemplación trasciende a la razón. La razón no puede reducirse al conocimiento carnal ni originarse en él, la contemplación tampoco puede reducirse ni originarse en la razón. La “gnosis”, el ojo de la contemplación, trasciende el reino mental y el reino sensorial, el reino de los sentimientos. Esta trascendencia depende de la función “natural supernatural” de la gnosis, denominada contemplación de lo Inmutable, de la Identidad Real que se caracteriza por ser Verdad, Conciencia y Felicidad.

 

 

Todo conocimiento es una especie de iluminación

Existe una iluminación exterior, que nos permite iluminar el ojo de la carne y conocer los objetos sensoriales, una iluminación interior, que ilumina el ojo de la razón y nos proporciona el conocimiento de las verdades filosóficas y una iluminación superior, la luz del Ser trascendente, que ilumina el ojo de la contemplación y nos revela la verdad curativa, “la verdad que nos ilumina”.

En el mundo externo encontramos un “vestigio de Dios”,

 en nosotros mismos, el ojo mental nos revela una “imagen de Dios” y a través del ojo de la contemplación, descubrimos el mundo trascendente que existe más allá de los sentidos y de la razón, la misma Esencia Divina.

 

Fuente: Ken Wilber

Imagen: Ricardo Lancaster

Mamen Lucas

Ona Daurada

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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