¿Sexo y género son cosas diferentes?

En los tiempos en que vivimos en los que todo debe se “políticamente correcto” y en los que la igualdad y la integración, tal como debe ser, ocupan un lugar preferente, este acertado e  interesante texto de Ken Wiber resulta de lo más aclarador.

Es frecuente utilizar el término “sexo” o sexualidad para hablar de los aspectos “biológicos” de la reproducción humana y reservar el término “género” para referirse a las diferencias “culturales” que se basan en las diferencias sexuales o biológicas.

En consecuencia, en el caso de las diferencias sexuales se habla de “hombre” y de “mujer” mientras que, en el caso de las diferencias culturales, los términos que suelen emplearse son los de “masculino” y “femenino”.

Y si bien las diferencias existentes entre el hombre y la mujer están, de hecho, determinadas biológicamente, las diferencias existentes entre lo masculino y lo femenino, en cambio, son en gran medida, una creación cultural.

Las diferencias existentes entre los hombres y las mujeres son biológicas, universales e inmutables. En cambio las diferencias entre lo masculino y lo femenino son un producto cultural que puede ser, en muchos casos y en modos significativos, modificados.

Nuestra cultura se encuentra en el difícil y espinoso proceso de tratar de modificar algunos de estos roles de genero.

Si bien los roles masculino y femenino pueden ser redefinidos y remodelados, no es posible modificar las características propias de los hombres y de las mujeres. El problema estriba precisamente en reconocer las diferencias.

Las diferencias sexuales influyen en las diferencias de género

Si investigamos vemos que las diferencias de sexo no son las únicas que tienden a presentarse en las diferentes culturas sino que también ocurre lo mismo con ciertas diferencias de género. Es como si las diferencias sexuales biológicas fueran una especie de sustrato básico que tendiera a irrumpir en el campo de la cultura y a manifestarse, en consecuencia, en las diferencias de género. Existen ciertas constantes propias de cada uno de los géneros que también se presentan en culturas muy diversas.

Hasta las feministas más radicales reconocen, que en términos generales, existen grandes diferencias entre la esfera de los valores masculinos y la de los valores femeninos.

Los hombres, por ejemplo, tienden hacia la hiperindividualidad, insisten en la importancia de la autonomía, del derecho, de la justicia y de la acción, mientras que, las mujeres, por su parte, son más proclives a una conciencia relacional, enfatizan la importancia de la comunidad, del respeto, de la responsabilidad y de la relación.

Resumiendo, los hombres tienden a subrayar la autonomía y tienen miedo a las relaciones, mientra que las mujeres hacen hincapié en las relaciones y temen la autonomía.

También ocurre que parece como si para jugar limpio hubiera que “dar la vuelta a la tortilla”. Antiguamente no era extraño encontrar definiciones de la mujer como “un hombre deficiente”, hoy en día, son los hombres los que están siendo definidos no tanto en función de los atributos positivos que poseen sino de las características femeninas de las que carecen, como si se trataran de “mujeres deficientes”.

El asunto consiste en superar dos cuestiones difíciles, la primera es aclarar cuales son las principales diferencias existentes entre las esferas de los valores masculinos y femeninos, y la segunda aprender a valorarlos por igual.

La naturaleza no ha dividido sin motivo alguno a la raza humana en dos sexos y el hecho de obviarlo sería entupido.

De un tiempo a esta parte nuestra cultura se ha inclinado hacia la esfera de los valores masculinos, ahora nos vemos en el delicado, complejo, escrupuloso y, con frecuencia, suspicaz proceso de encontrar un equilibrio.

No se trata de eliminar las diferencias sino de equilibrarlas.

¿Esta desigualdad se asienta en las diferencias biológicas existentes entre el macho y la hembra?

Parece ser que estas diferencias se asientan concretamente en las diferencias hormonales. Todos los estudios realizados sobre la testosterona apuntan hacia la misma conclusión y es que tiene que ver con dos –y sólo dos- grandes impulsos, fornicar y matar.

Los hombres están afligidos por esta pesadilla biológica casi desde el primer día, y en el peor de los casos, los hombres llegan a fundir y a confundir peligrosamente estos dos impulsos con consecuencias nefastas.

Como equivalencia femenina se puede hablar de la oxitocina, que ha sido calificada como “la droga de las relaciones”porque es una hormona que induce sentimientos muy fuertes de identificación y relación y lleva a nutrir, sostener y tocar.

Tanto la testosterona como la oxitocina hunden sus raíces en la evolución biológica, la primera está ligada a la reproducción y la supervivencia y la segunda al maternaje.

La mayor parte de las relaciones sexuales que tienen lugar en el reino animal ocurren en cuestión de segundos, se trata simplemente del “aquí te pillo, aquí te mato”. Nada que ver con un compartir sentimientos, las emociones y las caricias. De hecho, la idea del “hombre sensible” es una invención muy, muy reciente y resulta, por tanto, difícil que los hombres se acostumbren a ella.

El caso de la mujer es completamente diferente. La madre debe estar en constante sintonía con el hijo y debe permanecer atenta las veinticuatro horas del día a los menores signos de hambre y de dolor de su bebé. Y esa es precisamente la función de la oxitocina, mantener a la madre centrada en las relaciones y muy, muy identificada.

Las emociones que aquí se ponen en juego no son las de fornicar y matar sino la de mantenerse continuamente “en relación” atenta, difusa, preocupada y táctil con su hijo.

Así pues el “hombre sensible”, en cierto modo nada tiene que ver con los roles del sexo. Esto no significa que los hombres no pueden, o no deben, transformarse en seres más sensibles; pero, para ello, los hombres deben ser “educados” pues es un rol que tienen que aprender.

Y lo mismo ocurre con respecto a las mujeres, porque una parte de las exigencias a las que debe enfrentarse la mujer en el mundo actual es la de dejar de definirse en función de las relaciones que mantiene y luchar por su autonomía y por sus propios valores.

Esto no significa menospreciar el valor de las relaciones, sino simplemente afirmar que la mujer debe encontrar el camino para respetar su propio yo maduro sin renunciar a sí misma y sacrificarse en aras de otro.

Los hombres y las mujeres están luchando para liberarse de su determinismo biológico

De alguna manera esto es lo que sucede porque así funciona la evolución, yendo más allá de donde se encontraba anteriormente. La evolución siempre pugna por establecer nuevos límites y, una vez establecido, lucha de nuevo tan duramente como puede por romperlo, por trascenderlos, por ir más allá de ellos y aproximarse a modalidades más globales, integrales y holística.

Y aunque los roles sexuales fueron necesarios y adecuados, hoy en día se han convertido en algo obsoleto, restringido y limitado.

Los hombres siempre tendrán un fundamento de impulsividad testoterónica, los hombres siempre tenderán a rebasar los limites, a romper el envoltorio, a ir más allá y, en se mismo proceso, en ocasiones insensato y salvaje, llegar a nuevos descubrimientos, a nuevas invenciones y a nuevas modalidades de ser.

Las mujeres por su parte siempre tendrán un fundamento relacional esencialmente oxitocínico pero, sobre ese fundamento, pueden consolidar su autoestima y su autonomía.

Hemos llegado a un punto crítico de la evolución, un punto en el que los roles sexuales primarios están siendo trascendidos, un punto en el que los hombres deben aceptar su ser relacional y las mujeres deben aprender a aceptar su autonomía.

A lo largo de este proceso de trascender e incluir, ambos parecen asumir características monstruosas ante los ojos del otro.

Por este motivo el respeto mutuo es enormemente importante.

Imagen : Lortiwa

Extraído del libro “Breve historia de todas las cosas” de Ken Wiber

Mamen Lucas

Ona Daurada

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