El lenguaje como indicador de nuestra proactividad

Dado que nuestras actitudes y conductas fluyen de nuestros paradigmas, si las examinamos utilizando la autoconciencia, a menudo descubrimos en ellas la naturaleza de nuestros mapas subyacentes. Nuestro lenguaje, por ejemplo, es un indicador muy fiel del grado en que nos vemos como personas proactivas.

El lenguaje de las personas reactivas las absuelve de responsabilidad.

“Ése soy yo. Y soy así, eso es todo.” Estoy determinado. No puedo hacer nada al respecto.

“¡Me vuelvo loco! No soy responsable. Mi vida emocional está gobernada por algo que está fuera de mi control.

“No puedo hacerlo. No tengo tiempo.” Me controla algo que está fuera de mí: el tiempo limitado.

“Si mi esposa fuera más paciente…” La conducta de otra persona está limitando mi efectividad.

“Tengo que hacerlo.” Las circunstancias u otras personas me fuerzan a hacer lo que hago. No tengo la libertad de elegir mis propias acciones.

Este lenguaje deriva de un paradigma básico determinista. Y en su espíritu está transferir la responsabilidad. No soy responsable, no puedo elegir mi respuesta.

Un serio problema del lenguaje reactivo es que se convierte en una profecía de autocumplimiento. Refuerza el paradigma de que estamos determinados y genera pruebas en apoyo de esa creencia. La gente se siente cada vez más impotente y  privada de su autocontrol, alejada de su vida y de su destino. Culpa a fuerzas externas –a otras personas, a las circunstancias, incluso a los astros –de su propia situación.

Círculo de preocupación/círculo de influencia

Un modo excelente de tomar más conciencia de nuestro propio grado de proactividad consiste en examinar en qué invertimos nuestro tiempo y nuestra energía. Cada uno de nosotros tiene una amplia gama de preocupaciones. La salud, los hijos, los problemas del trabajo, la deuda pública, la guerra nuclear… Podemos separaras de las cosas con las que no tenemos ningún compromiso mental o emocional, creando un “círculo de preocupación”.

Cuando revisamos las cosas que están dentro de nuestro círculo de preocupación resulta evidente que sobre algunas de ellas no tenemos ningún control real, y, con respecto a otras, podemos hacer algo. Podemos identificar las preocupaciones de este último grupo circunscribiéndolas dentro de un “círculo de influencias” más pequeño.      

 

Determinando cuál de estos dos círculos es el centro alrededor del cual gira la mayor parte de nuestro tiempo y energía, podemos descubrir mucho sobre el grado de nuestra proactividad.

Personas proactivas y reactivas

Las personas proactivas centran sus esfuerzos en el círculo de influencia. Se dedican a las cosas con respecto a las cuales pueden hacer algo. Su energía es positiva: se amplía y aumenta, lo cual conduce a la ampliación del círculo de influencia.

Por otra parte las personas reactivas centran sus esfuerzos en el círculo de preocupación. Su foco se sitúa en los defectos de otras personas, en los problemas del medio y en circunstancias sobre las que no tienen ningún control. De ello resultan sentimientos de culpa y acusaciones, un lenguaje reactivo y sentimientos intensificados de aguda impotencia. La energía negativa generada por ese foco, combinada con la desatención de las áreas en las que se puede hacer algo, determina que su círculo de influencia se encoja.

Cuando trabajamos en nuestro círculo de preocupación otorgamos a cosas que están en su interior el poder de controlarnos. No estamos tomando la iniciativa proactiva necesaria para efectuar el cambio positivo necesario.

Las personas proactivas tienen un círculo de preocupación que es por lo menos tan grande como el círculo de influencia, y aceptan la responsabilidad de usar esa influencia con responsabilidad.

Fuente: Stephen R. Covey

Imagen: José De La Barra

Núria Batlle

Ona Daurada

Artículos relacionados:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *