¿A qué se parece morir?
¿Sobrevive a la muerte alguna dimensión esencial del ser humano?
Una mujer describió la experiencia del siguiente modo:
Mientras estaba acostada en la cama del hospital comencé a sentir un dolor muy intenso en el pecho. Pulsé el botón que se hallaba junto al lecho para llamar a las enfermeras y éstas acudieron de inmediato. Me sentía muy incómoda y traté de darme la vuelta pero, apenas lo hice, mi respiración se detuvo y el corazón dejó de latir. En ese mismo instante escuché que las enfermeras gritaban “¡Emergencia, Emergencia!”. Entonces sentí que me separaba del cuerpo, metiéndome entre el colchón y el barrote lateral de la cama -en realidad me parecía estar traspasando el barrote- hasta llegar al suelo. Luego comencé a ascender lentamente y en el camino de ascenso vi que otras enfermeras entraban corriendo en la habitación; habría aproximadamente una docena. Seguí subiendo hasta llegar al techo. Veía muy claramente la luz junto a mí. Entonces me detuve. Estaba flotando a la altura del techo con la mirada dirigida hacia abajo. Me sentía como si fuera un trozo de papel que alguien hubiera lanzado al aire.
“Vida después de la vida” R. Moody
Las personas que han pasado por experiencias cercanas a la muerte (ECM) suelen relatar fenómenos más extraños, si cabe, que el mencionado. Hablan, por ejemplo, de la sensación de atravesar un largo y oscuro túnel que desemboca en una luz brillante, del encuentro con un “ser de luz” o con el espíritu de amigos o de seres queridos.
¿Estas experiencias nos aclaran algo sobre el destino de la conciencia humana después de la muerte?
¿Son alucinaciones inducidas en el cerebro como consecuencia del trauma producido por la muerte física?
¿Son simples quimeras imaginarias que nada tienen que ver con una supuesta existencia más allá de la muerte?
Las dos grandes posturas
Desde siempre la humanidad se ha sentido atraída por el tema de la supervivencia más allá de la muerte. A lo largo del tiempo ha existido todo tipo de respuesta, que en términos generales pueden agruparse en dos grandes categorías.
Una de ellas es la visión dualista que afirma que el “alma” (la faceta espiritual de la persona) no sólo es distinta e independiente del cuerpo, sino que también sobrevive a la muerte del aspecto físico de nuestro ser.
La otra es la postura materialista que considera que la conciencia es un mero subproducto del cerebro y que, por consiguiente, no existe “nada” que pueda perdurar más allá de la extinción de nuestro cuerpo.
Históricamente la primera respuesta en aparecer es la dualista. Casi todas las sociedades tribales que practican el chamanismo, un sistema de curación y adivinación mágico-religioso que se remonta a unos treinta mil años, creen en la existencia de un “reino de la muerte” habitado por los espíritus de los difuntos.
El chaman, en un estado alterado de conciencia, ejerce como guía de las almas de los muertos a su lugar de reposo en el otro mundo y localiza y rescata a las almas de aquellas personas gravemente enfermas que pudieran haberse “perdido” en dicho mundo antes de haber llegado el momento de su muerte.
Creencias en oriente y occidente
En occidente, la creencia de que el alma humana es independiente del cuerpo y sobrevive a la muerte se halla presente bajo apariencias distintas, el Platonismo, el Neoplatonismo, el Cristianismo, el Judaísmo y el Islam, por ejemplo.
En oriente, por su parte, las doctrinas hindúes y budistas sobre la reencarnación afirman que la conciencia transmigra de un cuerpo a otro. Aunque Buddha negó que los seres humanos tuvieran un alma permanente, la casi totalidad de los budistas creen en una especie de agregado “relativamente permanente” de estados de conciencia que renace una y otra vez hasta alcanzar la liberación o la iluminación total.
Más tarde surge la visión materialista, desde la época de los atomistas clásicos hasta la ciencia actual, los partidarios del materialismo han sostenido, no sólo que la muerte de una persona supone su aniquilación total y definitiva sino también que cualquier opinión contraria no es más que una ilusión o una superstición. A partir del siglo XVI el espectacular apogeo de la ciencia occidental ha contribuido a aumentar el poder de la visión científico-materialista.
Sus explicaciones acerca de los procesos de la conciencia, de las experiencias cercana a la muerte, de las experiencias extracorpóreas y de otras presuntas evidencias de la supervivencia postmortem constituyen un serio desafío para quienes piensan que la conciencia humana no concluye con la muerte.
Durante la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, la creencia en la posibilidad de la supervivencia después de la muerte era considerada prácticamente una herejía, una desviación del dogma oficial que llevaba implícita la acusación de chiflado o, lo que es peor, la excomunión de la comunidad científica.
Nuevo paradigma
Sin embargo, desde el final del siglo pasado, las pruebas recogidas, el progreso de la parapsicología, las investigaciones sobre la conciencia y sobre las ECM, así como la aparición de nuevos paradigmas en la física, biología y ecología han evidenciado los errores de la visión materialista y han insuflado un nuevo rigor a la hipótesis de que la conciencia humana no termina con la muerte.
Queda mucho por hacer e investigar antes de que encontremos una respuesta plenamente satisfactoria.
Nuestras creencias sobre la muerte y el más allá tienen una gran repercusión sobre nuestra vida aquí y ahora, por lo tanto, el destino del alma después de la muerte e incluso el hecho de si tenemos o no un alma, merece una seria reflexión, merece nuestra atención y es motivo suficiente para ocuparnos de ello.
Fuente: Gary Doore
Imagen: Donald Pass
Mamen Lucas
Ona Daurada
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