Si estás escuchando música y de repente te pregunto: “¿Quién eres en este momento?” ¿Cómo responderías a esa pregunta inmediata y espontáneamente, sin detenerte para buscar las palabras? Si la pregunta no te ha sorprendido, responderás tarareando la canción. Si la pregunta te ha sorprendido, responderás:” ¿Quién es en este momento?” Pero si te detienes a pensar, tratarás de hablarme, no de este momento sino del pasado, y obtendré información de tu nombre y dirección, tu trabajo y tu historia personal. Sin embargo yo te he preguntado quién eres, no quién has sido.
Ser consciente de la realidad, del presente vivo, es descubrir que en cada momento la experiencia es todo. No hay nada más aparte de ella…, no hay ninguna experiencia de un “tú” que experimenta la experiencia. En momentos de felicidad y placer, solemos estar bastante preparados para ser conscientes del momento y dejar que la experiencia lo sea todo. En tales momentos, nos “olvidamos de nosotros mismos”, y la mente no realiza ningún intento de dividirse, de separarse de la experiencia. Pero con la llegada del dolor, ya sea físico o emocional, real o previsto, se inicia la separación y el círculo se cierra más y más.
Ser consciente del momento
No hay ninguna posibilidad más que ser conscientes del dolor, el temor, el hastío o la aflicción de la misma manera completa en que uno es consciente del placer. El organismo humano tiene los poderes más maravillosos de adaptación tanto al dolor físico como al psicológico, pero esa adaptación sólo puede ser plena cuando el dolor no es estimulado constantemente por ese esfuerzo interno de alejarse de él, de separar el “Yo” de la sensación. El esfuerzo crea un estado de tensión en el que crece el dolor. Pero cuando la tensión cesa, la mente y el cuerpo comienzan a absorber el dolor, del mismo modo que el agua reacciona a un golpe o un corte.
Por regla general, en momentos de intensa alegría no nos detenemos a pensar:” Soy feliz” o “esto es alegría”. En tales momentos somos tan conscientes del presente que no hacemos ningún intento de comparar tu experiencia con otras experiencias. Por esta razón no lo nombramos, pues los nombres, que no son simples exclamaciones, se basan en comparaciones. ”Alegría” se distingue de “pesar” por contraste, comparando un estado mental con el otro. Si nunca hubiéramos conocido la alegría, sería imposible identificar el pesar como tal.
Comparación de estados mentales
Pero en realidad no podemos comparar la alegría con el pesar. La comparación sólo es posible por la misma alternancia rápida de dos estados mentales, y no es posible pasar de uno a otro entre los sentimientos genuinos de alegría y tristeza, con la facilidad con que la mirada puede pasar de un perro a un gato. El pesar sólo puede compararse con el recuerdo de la alegría, lo cual no es en modo alguno lo mismo que la alegría en sí.
Al igual que las palabras, los recuerdos nunca consiguen realmente “capturar” la realidad. Los recuerdos son un tanto abstractos pues son un conocimiento acerca de cosas más que de cosas. El recuerdo nunca captura la esencia, la intensidad presente, la realidad concreta de una experiencia.
Comprensión de las experiencias
Hay, pues, dos maneras de comprender una experiencia. La primera es compararla con los recuerdos de otras experiencias, y así nombrarla y definirla. La segunda es tener conciencia de ella tal como es, como cuando, en la intensidad de la alegría, nos olvidamos del pasado y del futuro, dejamos que el presente lo sea todo y ni siquiera nos detenemos a pensar: “Soy feliz”.
La cuestión, pues, es que cuando tratamos de comprender el presente comparándolo con los recuerdos, no lo comprendemos tan profundamente como cuando somos conscientes de él sin comparación. Sin embargo, esta suele ser la manera en que abordamos las experiencias desagradables. En vez de ser conscientes de ellas tal como son, tratamos de abordarlas según lo que sabemos del pasado.
El arte de vivir consiste en ser completamente sensibles a cada momento, en considerarlo como nuevo y único, en tener la mente abierta y receptiva
Fuente: Alan Watts
Imagen: Lorraine Lewitzka
Núria Batlle
Ona Daurada
Artículos relacionados: