La ira es un sentimiento desagradable. Es como una llama ardiente que abraza nuestro autocontrol y que provoca que hagamos y digamos cosas de las que luego nos arrepentimos. Es fácil suponer que quien está preso de la ira está viviendo un auténtico infierno. Una mente sin ira es una mente fresca, sana, despejada. La ausencia de ira es la base de la auténtica felicidad, el fundamento del amor y de la generosidad.
Controlar la ira
Cuando la ira está bajo la luz de la conciencia pierde inmediatamente su carácter destructivo. Podemos repetirnos: “Inspiro y sé que la ira está en mi. Espiro y sé que también soy mi ira” Tu ira no podrá manipular tu mente durante mucho tiempo si sigues el compás de tu respiración mientras te identificas y tomas conciencia de ella. Conocerla no la eliminará ni la dirigirá, pero servirá para controlarla. Este es un principio muy importante. La conciencia no es un juez. Es como una hermana mayor que controla y consuela cariñosa y cuidadosamente a su hermana pequeña.
Cuando estamos enfadados no sentimos una inclinación natural a concentrarnos en nosotros mismos. Preferimos pensar en los aspectos más odiosos de la persona por la que estamos enfadados. Cuanto más la miramos, la escuchamos o pensamos en ella, más aumenta nuestra ira. Lo primero es volver a nosotros mismos y reflexionar. Lo mejor es no mirar ni escuchar a esa persona a la que consideramos la causante de nuestra ira. Como si fuéramos bomberos, lo primero que debeos hacer es echar agua a las llamas sin entretenernos en mirar al dueño de la casa incendiada. “Inspiro y sé que estoy enfadado. Espiro y sé que puedo concentrar todas mis energías en vigilar mi ira.”
Aceptarla y transformarla
Cuando estamos enfadados la ira es nuestro auténtico ser. Suprimirla o rechazarla es suprimir o rechazarnos a nosotros mismos. Cuando estamos alegres somos la alegría. Cuando estamos enfadados somos la ira. Cuando sentimos que la ira crece en nuestro interior deberíamos pensar en ella como en una energía que forma parte de nosotros y, como tal, aceptarla y transformarla en otro tipo de energía.
Somos como cajas compuestas de materia orgánica corruptible, pero hay que saber cómo convertir sus desechos en bellísimas flores. Si lo contemplamos detenidamente veremos con claridad que las flores existen en el abono del mismo modo que este existe en las flores. Bastan un par de semanas para que una flor se descomponga. Cuando un buen jardinero mira la simiente que ha plantado es consciente de ello y no por eso se siente triste o disgustado. Al contrario, valora el material descompuesto y no lo discrimina por ello. Dejando reposar este material un par de meses, las flores volverán a brotar.
Debemos tener presente la máxima de la visión no dual del jardinero cuando analizamos nuestra ira. No debemos temerla o rechazarla. La ira puede ser como el abono y que en ello reside su capacidad para desarrollar algo bello. Si aprendemos la manera de aceptarla, tendremos la paz y la alegría inmediatamente a nuestro alcance. Transformaremos gradualmente nuestra ira en paz, amor y conocimiento.
Cuando te enojes, vuelve a ti mismo, y cuida de tu ira.
Y cuando alguien te haga sufrir, regresa a ti mismo
Y cuida de tu sufrimiento, de tu ira.
Fuente: Thich Nhat Hanh
Imagen: Anna O.
Núria Batlle
Ona Daurada
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