Los ojos

Para la tradición iniciática, el ser humano, esotéricamente, es una estrella de cinco puntas, lo que significa que debe desarrollar las cinco cualidades siguientes: bondad, justicia, amor, sabiduría y verdad.

La bondad está ligada a los pies, la justicia a las manos, el amor a la boca, la sabiduría a las orejas y la verdad a los ojos. Al igual que el Sol es el centro del sistema solar, el ojo, su replica en el rostro humano, ocupa la parte central, y también como el Sol irradia hacia fuera.

El ojo, a través de la mirada, transmite instantáneamente cualquier cambio que se produce en el ser humano.

Tipos de miradas

Según la escuela de Carl Hunter existen siete tipos de miradas:

La mirada observadora o escrutadora, estas personas poseen una gran capacidad de percepción, pero carecen de capacidad de síntesis.

La mirada representativa, corresponden a personas soñadoras que viven de recuerdos. Son afables y simpáticas, pero poco activas.

La mirada jurídica, típica de la persona que tiene capacidad para controlar y realizar la acción a través de la fuerza de su pensamiento, previendo todas las circunstancias.

La mirada filosófica, la clave de esta mirada está en su aspecto de abstracción, de mirada perdida en el más allá. La persona empieza a comprender que, además de mundo material, existe el espiritual.

La mirada sabia, expresa profundidad y serenidad. La mirada tiende hacia lo alto y emana pureza e inteligencia.

La mirada ética, lo más significativo es que la persona, en esta fase de evolución, no sólo conoce las leyes sagradas, sino que las practica conscientemente, lo que se traduce en una mirada clara y limpia.

La mirada religiosa, corresponde a la unión perfecta con los seres superiores, con la esencia íntima del ser humano, con su mónada-espiritu, es decir, el alma razonable del hombre, según Leibniz.

Karl Ove Knausgård, en su libro “En otoño”, tiene un hermoso capítulo dedicado a los “Ojos”, en el que explica de que constan los ojos y la incomprensión de su funcionamiento.

“OJOS”

Nunca llegaré a entender cómo funcionan los ojos. Nunca entenderé cómo el reflejo del mundo, con todas sus cosas y movimientos, puede entrar a chorros por los ojos y pegarse como fotos a la oscuridad del cerebro. Sé que los ojos constan de humor vítreo, una cámara poste­rior, una cámara anterior y una membrana conjuntiva. Sé que cuando la luz llega al ojo, la energía de esta se trans­forma en impulsos nerviosos mediante la descomposición de una materia denominada púrpura visual, y que estos impulsos son llevados por los conductos nerviosos hasta el área visual del cerebro, donde resurgen como representa­ciones internas. Debido a este proceso de tan alta preci­sión, hay más de ciento veinte millones de células visuales en la retina, pude ver a mis hijas jugar al bádminton en el césped un día de julio tranquilo y caluroso, rodeadas de inmóviles plantas verdes, arbustos y árboles, bajo un cielo luminoso y azul, sus movimientos un poco torpes, y las expresiones concentradas de sus caras, que a veces se di­luían en risas o acusaciones. Debido a este proceso pude ver caer la nieve en la oscuridad cuando esta mañana tem­prano estaba esperando en la cocina a que se hiciera el café, cómo los copos de nieve, que eran pequeños

y granu­lados, seguían cada minúsculo movimiento en el aire, co­locándose uno tras otro encima, debajo o entre las briznas de hierba que ahora, unas horas después, con la luz del sol lejano, fuertemente tamizada por las nubes, brilla sobre el paisaje, que está por completo cubierto de nieve blanca.

Más adelante habla de que los ojos no solo reciben la luz sino que también la emiten y llega a la bella conclusión de que a través de la mirada vemos el alma.

No soy capaz de entender cómo sucede, pero podría ha­berme contentado con la explicación de que se trata de pura mecánica y materialidad, pura transmisión de ener­gía, una cuestión de átomos y notas a pie de página, si no fuera porque los ojos no solo reciben luz, sino también la emiten. ¿De qué clase de luz se trata? Ah, lo que vemos es la luz del interior, la que brilla en los ojos de todos, cono­cidos y desconocidos. En ojos desconocidos, por ejemplo, a bordo de un autobús abarrotado de gente una tarde de otoño, la luz que envían los ojos es débil, más bien como un tenue resplandor casi imperceptible en los rostros desa­liñados, y no revelan mucho más que el hecho de que es­tán vivos. Pero en el instante en el que estas pequeñas lin­ternas de vida se dirigen hacia ti y tú miras dentro de ellas, lo que ves es precisamente ese ser humano. Puede que te fijes en él, puede que no, en el transcurso de una vida mi­ramos dentro de miles de ojos, la mayoría se desliza inad­vertida, pero entonces de repente hay algo allí, justo en esos ojos, algo que quieres para ti, algo por lo que harías casi lo que fuera para estar cerca. ¿Qué es? Lo que enton­ces ves no son las pupilas ni los iris ni los cuerpos blancos. Es el alma, los ojos se llenan de su luz arcaica, y eso, mirar dentro de los ojos del ser al que amas, cuando el amor está en su momento más intenso, es la felicidad extrema.

Imagen: Margaret Keane

Mamen Lucas

Ona Daurada

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